ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL MUÑOZ (CINET & GRUPO MENTE-CEREBRO)

ENTREVISTA JOSÉ MANUEL MUÑOZ (CINET & GRUPO MENTE-CEREBRO)

Pregunta 1

Hay un hecho que está siendo constatado por la ciencia en estos últimos años, conforme profundiza en la actividad y en la fisiología neuronal. El cerebro humano, haciendo uso de la metáfora geográfica que fue tan afín a la tradición anatómica postvesaliana continua siendo, en gran medida, una “terra incognita” de la que quedan muchos secretos por conocer. Teniendo en cuenta este punto de partida, me surgen dos preguntas que considero nucleares. En primer lugar, ¿cuáles son, en su opinión, las  líneas de investigación más destacadas, dentro del campo concreto de la neurociencia, que van a experimentar un desarrollo más acelerado en las próximas décadas? ¿cuáles pueden ser, a su entender, los criterios de actuación que debe seguir la tecno-ciencia contemporánea ante un fenómeno, como el de la actividad cerebral (memoria, emociones, inteligencia, etc.), sobre el que precisamente todavía subsisten muchas sombras?

Desde luego, es muy poco lo que sabemos aún sobre el cerebro y el sistema nervioso en general. Como bien suele decir el neurobiólogo español Rafael Yuste, la neurociencia se encuentra todavía en su infancia. Las líneas de investigación que, a mi juicio, podrían arrojar resultados destacables, incluso sorprendentes, en los próximos años y décadas son la conectómica de redes cerebrales, la optogenética y las interfaces cerebro-máquina dirigidas al consumidor medio. Por supuesto, también los avances en técnicas más consolidadas como la fMRI y otras técnicas de neuroimagen. En cualquier caso, un criterio de actuación (un enfoque metodológico más bien) que me parece fundamental es sustituir las visiones computacionales y neuroesencialistas del sistema nervioso por otras que tengan en cuenta el papel del cuerpo, la historia vital del individuo y el ambiente sociocultural. En definitiva, se trata de entender el cerebro como un órgano enmarcado en un contexto, y no como una especie de computadora autosuficiente.

Pregunta 2

Recientemente, la prestigiosa revista académica Nature Medicine ha recogido el primer caso en el que se ha aplicado con éxito la optogenética en seres humanos y aplicado al campo de la neurociencia, ya que, al parecer, se ha conseguido recuperar parcialmente la vista de un paciente con rinitis pigmentaria. Con ello es evidente que se abre un horizonte muy amplio y prometedor pero también inquietante, sobre todo si prestamos atención a  la  creciente capacidad tecnológica de intervención y de modulación sobre el cerebro. ¿En qué consiste este procedimiento de neuro-estimulación artificial? ¿Considera necesario establecer límites en la capacidad y aplicabilidad operativa de la tecnología en el campo de las neurociencias, como así se está planteando, por ejemplo, en lo que respecta a la biotecnología o la inteligencia artificial? 

El estudio que mencionas es, sin duda, muy importante: es la primera vez que se aplica la optogenética con éxito en los seres humanos. Aunque la técnica es bastante compleja, podríamos resumir sus fundamentos de la siguiente manera: (1) se extraen ciertos genes de organismos como algas unicelulares y arqueas; (2) se introducen estos genes en el tejido cerebral empleando ciertos virus como vectores; (3) los genes se integran en el ADN neuronal y expresan proteínas que (y esto es clave) son sensibles a la luz; y (4) se aplican impulsos de luz que activan estas proteínas. El resultado de ello es que los neurocientíficos pueden disparar o inhibir el impulso nervioso prácticamente “a placer”, en neuronas específicas y con una precisión nunca vista hasta ahora en la historia de la estimulación cerebral. Dicho esto, existen aún muchas incógnitas sobre la optogenética, su eficacia en seres humanos y sus posibles riesgos; pero, se trata sin lugar a dudas de una neurotecnología muy potente. Y esta potencia podría ser empleada con fines terapéuticos, pero también con fines perniciosos si su uso (y el de otras neurotecnologías) no es adecuadamente regulado.

Pregunta 3

¿En qué medida los avances impulsados por las neurotecnologías del momento, ya sean  hechos del presente más inmediato o proyecciones de un futuro más o menos cercano  (y aquí podemos referirnos en concreto al desarrollo de cerebroides, de la neuro-cibernética,  de la implantología neural, de interfaces cerebro-máquinaIMC- etc.), constituyen una base suficientemente sólida y fundamentada para poner en cuestión determinados pilares onto-epistemológicos que han vertebrado la historia de la cultura occidental, como aquellos que tiene que ver con el dualismo mente-cuerpo, con las bases físicas de la consciencia, la identidad del yo o la propia ontología material de la realidad?

Me parece una pregunta muy interesante. Considero que no podemos obviar el papel central que la neurociencia desempeña para desentrañar los secretos de la naturaleza. En este sentido, parece evidente que la constitución material del sistema nervioso es absolutamente necesaria para que exista la conciencia. Negar eso es ir contra el sentido común. Pero necesidad no implica suficiencia. Suele ignorarse a menudo que el propio diseño metodológico de las ciencias no solo tiene sus límites, sino que además se ve en parte influido por la visión filosófica que se tenga sobre la realidad en el momento histórico de turno. Si partimos de una visión neuroesencialista de la realidad, que es la dominante actualmente, esto nos conducirá a diseñar estudios centrados exclusivamente en el papel del cerebro. Dejando a un lado las visiones dualistas, que no se sostienen a la vista del conocimiento del que disponemos actualmente, sí me parece imprescindible integrar otras disciplinas en el estudio de la conciencia, persiguiendo obtener una visión de conjunto. Aquí es donde deberían entrar la psicología, la antropología, la filosofía y las ciencias sociales.

Pregunta 4

Usted ha planteado además en algunas de sus trabajos (y en su propia tesis doctoral) que la neurociencia y la sofisticada tecnología que le acompaña, es uno de los campos de la medicina más destacados a la hora poner en evidencia el debate filosófico sobre el determinismo y el libre albedrío. En este punto destaca la importancia de tener en cuenta la neuroplasticidad y, en ese sentido, una especie de “causalidad descendente”. Al respecto, haces mención a los trabajos de destacados neurólogos y psicólogos sociales como Benjamin Libet, Daniel Wegner o Jeffrey M. Schwartz. ¿Podrías extenderte un poco en este fascinante asunto?

Existe una gran confusión, en parte alimentada por los medios de comunicación e incluso por algunos científicos, respecto a la cuestión del libre albedrío. Solemos leer, así, afirmaciones como “la neurociencia ha demostrado la inexistencia del libre albedrío” y otras similares. Lo primero que debe tenerse en cuenta es que el libre albedrío es un concepto multidimensional, con distintas interpretaciones filosóficas, por lo que cualquier análisis que pretenda ser serio acerca del asunto debe partir de un conocimiento mínimamente informado acerca de estas interpretaciones. Por otro lado, los estudios de Libet, Wegner y otros tienen una limitación metodológica muy importante: están basados en decisiones muy simples, inmediatas y fácilmente mensurables, como movimientos espontáneos de las manos, los dedos, etc. Interpretar que las personas no somos libres solo porque este tipo de decisiones tan sencillas, y nada relevantes moralmente, parecen tener un origen inconsciente, es a mi juicio claramente erróneo. Cuando pensamos en el concepto “libre albedrío”, lo hacemos en relación a decisiones mucho más importantes: qué voy a estudiar, a qué partido voy a votar en las elecciones, a qué casa me voy a mudar, con quién me voy a casar… Se trata de decisiones que son habitualmente fruto de la deliberación prolongada, tomadas con bastante antelación a su ejecución, que nada tienen que ver con mover una mano en un laboratorio bajo unas condiciones muy preparadas por los científicos. Sobre este tema, recomiendo el libro de Alfred Mele “Libres”, en el que de manera muy sencilla y resumida su autor explica con argumentos racionales por qué la ciencia actual no ha demostrado la inexistencia del libre albedrío.

Pregunta 5

¿Hasta qué punto el modelo de desarrollo tecnológico en el campo de la neurociencia, especialmente en los casos que más trascienden a la opinión pública y que derivan de un fenómeno cada vez más en boga asociado a la “espectacularización de la ciencia”, está alimentando un imaginario de carácter neuro-esencialista que ignora el contexto cultural?

Creo que en gran medida. Este “neurohype” o “neurobombo” al que aludes tiende a exagerar tanto las posibles aplicaciones terapéuticas derivadas de los estudios en neurociencia como los posibles usos perniciosos o “malignos”, si así queremos llamarlos. Volvemos aquí a la metáfora del cerebro como un ordenador. Parece que si apretamos un “botón” para activar o inhibir neuronas, podemos cambiarlo todo, como si estuviéramos instalando un software. Pero el cerebro no funciona así, sino en lo que suele llamarse “condiciones ecológicas”, es decir, en un ambiente físico y sociocultural determinado. El problema es que la neurociencia actual no permite estudiar el cerebro en condiciones ecológicas, sino bajo parámetros limitados en condiciones de laboratorio u hospital muy controladas. No se está estudiando al cerebro “en su mundo real”, por así decirlo.

Pregunta 6

Me gustaría incidir en lo dicho hasta ahora e ir un poco más allá de lo formulado en la pregunta anterior, ya que tengo la impresión de que el discurso predominante que orbita en torno al modelo de desarrollo tecnológico de la neurociencias desliza una retórica de aproximación estrecha con aquellas corrientes filosóficas que auspician una nueva era caracterizada por el bio-mejoramiento (bioenhancement). Corrígeme si me equivoco.

¿En qué medida la neurociencia de vanguardia contribuye a alimentar este imaginario relacionado con el posthumanismo o extropianismo que anuncia un escenario futuro de singularidad tecnológica en el que, no sólo exista capacidad para replicar características morfológicas y funcionales del cerebro, sino de provocar la “aumentación artificial” de ciertas habilidades cognitivas?

Soy muy escéptico en cuanto a la cuestión del transhumanismo en general, y en concreto con el relacionado con las mejoras cerebrales. Pienso que la mayoría de nuevas tecnologías que han ido apareciendo a lo largo de la historia han cambiado lo que significa ser humano, de alguna u otra forma. Por ejemplo, hace 2.000 años no era “normal” llegar a los 90 o los 100 años, y hoy en día, gracias a los avances en medicina, sí es algo habitual. ¿Significa esto que los ancianos son transhumanos? Creo que tanto las visiones optimistas del transhumanismo, que ven necesario trascender la naturaleza humana, como las pesimistas, están errando su punto de mira. Si nos centramos en el tema al que aludes, las mejoras cerebrales, hay muchas cuestiones importantes (y más pragmáticas, si me permites decirlo) que no requieren poner el foco en el transhumanismo: ¿qué implica exactamente “mejorar”?, ¿bajo qué circunstancias sería ético mejorar cognitivamente a una persona?, ¿es algo que debe restringirse al ámbito terapéutico o sería aceptable en otros como el educativo?, ¿podría el biomejoramiento, de extenderse en el futuro, conducir a graves desigualdades sociales? Me parecen preguntas de gran calado.

Pregunta 7

A tenor de todas estas repercusiones de índole filosófico, ético y político que genera  este nuevo estadio de desarrollo tecnológico en la neurociencia contemporánea, ¿esto no nos lleva a suprimir de manera definitiva este imaginario idealizado, un tanto ingenuo, en torno a la ciencia y de la tecnología como prácticas o sistemas de conocimiento ensimismados en sus torres de marfil y ajenos a las “perturbaciones” de la realidad socio-política y cultural de cada periodo histórico? Y si esto es así, ¿en qué medida la neurotecnología se ha erigido en un indicador paradigmático que nos permite presenciar el curso de la transformación que se está dando en la producción del conocimiento científico?

Como mencioné anteriormente, la ciencia no es ajena al pensamiento dominante en cada época histórica. Por eso, me parecería fundamental que los científicos en ciernes pudieran disponer de unos conocimientos importantes de sociología de la ciencia, economía de la ciencia y metodología de la ciencia, así como de las interpretaciones filosóficas que se hallan directamente relacionadas con su disciplina. Una medida, quizá insuficiente, pero que me parecería un buen punto de partida, sería implantar asignaturas obligatorias de filosofía de la ciencia en las carreras científicas y tecnológicas. Creo que para un futuro biólogo es tan importante tener conocimientos de filosofía de la biología como lo es tenerlos de bioquímica, genética, zoología o ecología. Y lo mismo se aplica a la inversa: un filósofo de la mente, por ejemplo, debería tener una sólida formación en neurociencia. La interdisciplinariedad no debe quedarse en buenas palabras o en una idea romántica defendida en charlas de café, sino que debe impulsarse con decisión y medidas específicas.

Pregunta 8

Este tipo de aplicaciones tecnológicas que, en un futuro previsible, pueden tener el poder de inmiscuirse en nuestra intimidad mental y de regular (inhibir o potenciar) ciertas facultades o eventos cognitivos mediante la intervención artificial en el cerebro, se encuentran hoy en día (más allá de megaproyectos de carácter público como el Human Brain Project) sometidas a lógicas de inversión en los mercados globalizados de la llamada “nueva economía” y, por ello, se encuentran vinculadas a todo tipo de intereses colectivos con repercusiones éticas, en algunos casos, contrapuestas. ¿Qué desafíos y peligros para la ciencia pueden esconderse bajo esta forma específica de capitalismo global contemporáneo centrada en el biocapital y en la alianza entre investigación científica y desarrollo tecnológico-industrial con fines comerciales?

Un ejemplo claro de lo que dices es la financiación que Facebook ha venido dando en los últimos tiempos a un equipo científico en California para explorar posibilidades de desarrollo de interfaces silenciosas de voz, es otras palabras, dispositivos que en el futuro puedan permitirnos escribir correos o mensajes en las redes mediante el pensamiento, sin articular las palabras de viva voz. Esta financiación ha sido aprovechada por este equipo para ahondar en las posibilidades de comunicación de enfermos de ELA, lo cual me parece un avance importantísimo. Sin embargo, desde Facebook han reconocido que el público objetivo en el que estaban pensando con este proyecto es el consumidor medio, no las personas que padecen de enfermedades concretas. De hecho, han anunciado hace escasas semanas que abandonan el proyecto por no verlo aplicable a medio plazo para el público en general. Me parece un caso paradigmático de un riesgo creciente: que se empleen terribles trastornos neurológicos y psiquiátricos como excusa o tapadera para desarrollar dispositivos que, en realidad, esconden otros objetivos empresariales. Dichos objetivos deberían, a mi juicio, ser declarados con claridad y transparencia, desde un principio.

Pregunta 9

Recientemente, tuvimos el placer de contar en el ciclo de conferencias y conversatorios del centro de Pensamiento en Ciencia, tecnología y Sociedad (SOCITEC) con el director del Departamento de Neurociencia de la Universidad de Chile, Pedro Maldonado, quien, junto con otros destacados neurocientíficos como Rafael Yuste, han abierto la discusión sobre la necesidad de considerar la neurociencia como un terreno sujeto de derechos (los neuroderechos), ya que se trata de una tecnología que se está desarrollando sin un marco ético propio. ¿Qué opina de esta iniciativa? 

Es habitual que en la ética de la tecnología nos encontremos con un dilema: ¿debemos desarrollar regulaciones previas a la consolidación de una tecnología que aún no está del todo desarrollada, o debemos esperar a que dicha tecnología prospere, con el consiguiente riesgo de llegar tarde para regularla? Yo soy defensor del principio de precaución, por el cual se deben poner límites ético-normativos hasta estar seguros de que la aplicación de la tecnología no resulta dañina. Estos límites no se aplicaron durante el desarrollo de la telefonía móvil y las redes sociales, y ahora afrontamos consecuencias que parecen del todo irreversibles a posteriori. En este sentido, la propuesta de neuroderechos me parece una iniciativa interesante y apropiada como marco de discusión para afrontar riesgos futuros relacionados con la neurotecnología y la inteligencia artificial. Dicho esto, son muchos aún los desafíos que esta propuesta debe afrontar, especialmente en lo relativo a su pertinencia normativa (¿hasta qué punto estos derechos no están ya cubiertos por la normativa existente?), su contenido conceptual (se necesita clarificar conceptos como “mente”, “identidad” o “libertad”, incluidos en la propuesta) y su aplicación de acuerdo con los distintos contextos culturales, económicos y legales.

Pregunta 10

En relación con esta iniciativa en favor de la implantación de los neuro-derechos (y aquí destacaríamos el proyecto pionero de regulación impulsado por el Senado de la República de Chile), se han planteado cinco derechos inalienables: la privacidad mental, la identidad personal, el libre albedrío, el acceso equitativo y la no discriminación en el acceso a las neurotecnologías. ¿Hasta qué punto la inercia llevada hasta el momento por el desarrollo de las neuro-tecnologías los puede poner en riesgo?

Chile está siendo absolutamente pionero, y ya le están siguiendo otros países como España (con su Carta de Derechos Digitales) o Brasil (con un proyecto de ley de protección de datos neurales). Los cinco derechos a los que aludes son, en realidad, ocho derechos, pues existe una propuesta de neuroderechos previa a la impulsada por Rafael Yuste: la defendida por Marcello Ienca y Roberto Andorno, quienes propusieron los derechos a la libertad cognitiva, la continuidad psicológica, la integridad mental y la privacidad mental. En cualquier caso, lo que todos estos derechos tratan de poner de manifiesto es que pueden verse amenazas cuestiones como la libertad, la privacidad o la igualdad. Y en este sentido, el desarrollo de las neurotecnologías permite vislumbrar claros riesgos, si pensamos en que puedan caer en las manos equivocadas. Aunque hay muchos matices metodológicos importantes que no pueden abordarse en una entrevista, sí cabe reconocer que ya resulta relativamente sencillo, en experimentos con roedores o primates, manipular ciertos comportamientos relacionados con la agresividad, la percepción, la memoria, las toma de decisiones… Todos ellos rasgos que, sin duda, influyen en nuestra libertad y nuestra identidad, por poner solo dos ejemplos. Además, es algo que empieza a ser posible con tecnologías no invasivas, como por ejemplo la aplicación de ultrasonidos. Aunque a día de hoy no se puede manipular estos comportamientos en personas, al menos sin que estas se enteren o lo autoricen, no me parece en absoluto mala idea aplicar, como decía antes, el principio de precaución.

Pregunta 11

Finalmente, me gustaría preguntarle la forma en que la naturaleza de los avances en las neurotecnologías de vanguardia y sus implicaciones éticas, filosóficas, políticas o incluso económicas se traslada a la sociedad. ¿Qué papel están desempeñando los diferentes agentes implicados en el sistema de comunicación de la ciencia, a través de los nuevos formatos digitales, en proyectar una imagen ajustada a la realidad del estado de cosas asociado a la neurociencia contemporánea?

Me temo que la comunicación de la neurociencia no es ajena a lo que algunos llaman “cultura del clickbait”. Como ejemplo, podemos pensar en cómo se ha comunicado el desarrollo del proyecto de interfaz silenciosa de Facebook, que mencioné antes. Es mucho más llamativo, desde luego, redactar titulares como “Facebook te va a leer el pensamiento” que poner “Facebook financia una interfaz para que puedas escribir sin pronunciar las palabras en voz alta”, que se ajusta más a la realidad y que introduce un matiz importante: que no pronuncies la palabra en voz alta no significa que se esté decodificando tu pensamiento; lo que implica es que se decodifican las señales motoras que con el cerebro mandas a los músculos de la boca con los que pronunciarás las palabras. Pero claro, decir esto resta espectacularidad y despierta menos emociones intensas en el lector, que es lo que se suele buscar. Lo mismo podemos decir de ciertos documentales o vídeos de YouTube, en los que además de la búsqueda de espectacularidad, se produce otro fenómeno que me preocupa: la perpetuación de la falacia mereológica. Escuchamos continuamente afirmaciones como “tu cerebro piensa”, “tu cerebro decide”, “tu cerebro interpreta”… Pero nuestros cerebros no pueden hacer nada de eso; somos nosotros los que pensamos CON el cerebro, del mismo modo que no son nuestros pies los que caminan, sino nosotros quienes caminamos con los pies. Creo que es absolutamente necesario dejar de “comunicar el cerebro”, por así llamarlo, y empezar a comunicar de una forma más integrativa e interdisciplinar, dejando de ignorar al cuerpo, al ambiente y a las historias vitales de las personas.

Centro de Pensamiento de Ciencia, Tecnología y Sociedad

Imagen 1:
Camillo Golgi’s image of a dog’s olfactory bulb (detail 2)_1885 / wikipedia (Public Domain)

Imagen 2:The head of a man composed of writhing nude figure. Oil painting by F. Balbi (1806-1890) / Wellcome Collection (Public Domain).

Imagen 3:
Andreas Vesalius’ Fabrica. Base of the Brain_1543 / wikipedia (Public Domain).

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