ENTREVISTA A IRINA PODGORNY

Tenemos el placer de presentar, desde el Centro de Pensamiento en Ciencia, Tecnología y Sociedad (SOCITEC) del IDCBIS, la entrevista realizada a la prestigiosa antropóloga e historiadora de la ciencia argentina Irina Podgorny. Irina Podgorny (Quilmes, 1963) es doctora en ciencias naturales por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y, en la actualidad, es investigadora principal del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) en el Archivo Histórico del Museo de La Plata.

De entre su intensa actividad académica cabe destacar su labor como profesora invitada en múltiples universidades europeas y estadunidenses como, por ejemplo, la EHESS (École des hautes études en sciences sociales) de Paris (2010), el Wofford College -South Carolina, EEUU- (2012), la FMSH (Fondation Maison des sciences de l’homme) de Paris (2017), la Universidad de Paris VII Denis Diderot (2008 & 2014), la Universidad de Toulouse II-Le Mirail (2015), Barnard College de la Columbia University (2015) o la Universidad de Évora -Portugal- (2020). Igualmente, ha obtenido becas y premios académicos de prestigiosas instituciones académicas como la Fundación Alexander von Humboldt, la Fundación Bunge y Born, el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia, la Universidad de Weimar o la Biblioteca Nacional de España. Finalmente y además de lo anterior, destaquemos aquí su reciente cometido como presidente de la Earth Sciences History Society (2018-2020) y miembro del “Council” de la History of Sciences Society (2020-2023).


Las temáticas y asuntos principales de investigación histórica sobre los que Podgorny ha trabajado y publicado durante estos últimos años en monográficos, libros y revistas de impacto internacional (Osiris, Science in Context, Redes, Asclepio, Trabajos de Prehistoria, Journal of Spanish Cultural Studies, British Journal for the History of Science, Nuncius, Centaurus, etc.) han tenido que ver, entre otros, con la conformación de los espacios museísticos y de las colecciones de historia natural en América del Sur, el análisis de la diplomacia y de la circulación del conocimiento científico decimonónico, el carácter transaccional de la ciencia a través de rutas de comercio y transmisión del saber a escala planetaria, la exploración de algunos de los hitos relevantes de la exploración paleontológica o, por último, las sorprendentes redes de ciertos profesionales de la charlatanería asociados a médicos o naturalistas itinerantes de finales del siglo XIX y
principios del siglo XX.


Todas estas cuestiones son abordadas en la entrevista que presentamos a continuación, esbozando con ello una panorámica general de las preocupaciones fundamentales en el estudio exploratorio de la Dra. Podgorny que esperamos sea de interés de nuestros lectores.

Para mayor información sobre la trayectoria académica Irina Podgorny:
https://arqueologialaplata.academia.edu/IrinaPodgorny
https://ri.conicet.gov.ar/discover?query=irina+podgorny

Pregunta 1

Tu trayectoria académica se ha caracterizado por desarrollar una línea de investigación asociada a la historia de la ciencia centrada, fundamentalmente, en la historia de la popularización y de las practicas científicas o en los procesos de circulación del conocimiento científico, temáticas que hasta hace unas décadas, digámoslo claramente, no habían sido objeto de especial atención de este campo de estudios. ¿Cuál es el valor que otorgas a tu prolífico trabajo de prospección histórica para la historia de la ciencia? ¿En qué medida esta aproximación contribuye a dar mayor profundidad o, incluso, a transformar las perspectivas y las narrativas hegemónicas de la historia de la ciencia convencional?

Pues, la verdad, no me gusta tirarme flores. Me agrada, sí, recibirlas por lo que preferiría que tú contaras qué te ha interesado de mi trabajo pero, como no puedo contestarte eso, lo que sigue es una respuesta que pretende dar cuenta de por qué hice lo que hice o, mejor dicho, cómo hoy explico el camino que he seguido. 

Primero: mis investigaciones se han guiado por la seguridad de lo que no quería hacer y de dónde me quería ir más que por la admiración de alguna tendencia teórica que me entusiasmara. Es cierto, en algún momento uno termina encontrándose con ellas pero eso no debe ocultar que soy partidaria de un trabajo que evite aferrarse a la admiración de algún profeta, que se escape de la tiranía del “marco teórico” y de las palabras dictadas por otros, incluyendo en ese “otros” cualquier moda impuesta ya sea por los hombres, las mujeres o como gusten llamarse. 

Irina Podgorny

Segundo: mis investigaciones surgen del tedio que me producen los lugares comunes, los temas trillados que se instalan entre los que nos dedicamos a estas cosas. Sobre todo, el aburrimiento frente a las palabras o categorías que explican todo y no explican nada. Llámese esto “patrimonio”, “positivismo”, “nacionalismo”, “darwinismo”, “centro/periferia” para mencionar algunas que evito siempre que puedo. Mis investigaciones podrían definirse como un intento por escribir, por hacer historia de las ciencias del siglo XIX e inicios del siglo XX sin recurrir a ellas. Tampoco me gusta llenar el espacio (siempre limitado) de un libro o de un artículo con declaraciones rimbombantes, así que aprovecho  las entrevistas, habladas o escritas, para recordar estos asuntos. 

Tercero: viniendo de las ciencias, habiendo sido educada en una facultad de ciencias naturales y en una escuela y una familia donde era central la observación de las cosas y de las costumbres, fueran estas científicas o de la vida cotidiana, sin querer o por mero hábito me interesó una historia de las ciencias centrada en las prácticas y en los problemas concretos de la clasificación, del orden de las cosas, de su uso, de los espacios donde se trabaja, de cuánto cuesta hacerla, de qué se dice para sobrevivir. Y de este modo, sin buscarlo, a mediados de la década de 1990 me encontré que así era la historia de la ciencia que se estaba haciendo en otros lugares que no eran la Argentina y quise dedicarme a ella. 

Finalmente, hay otro aspecto que viene de mi época de estudiante de doctorado a fines de la década de 1980: el convencimiento que la historia de las ciencias no podía separarse de la historia de sus públicos y que lejos de un adentro y un afuera (que era el esquema que se usaba o se usa en la divulgación y en la llamada “popularización”), la realidad es mucho más compleja e implica una comunicación porosa y permanente que se da en más que dos sentidos.  

Pregunta 2

En tus minuciosos estudios sobre las sendas trazadas y los acontecimientos que orbitan en torno a las transacciones de documentos de archivos y de objetos etnológicos o científicos que son decisivos, por ejemplo, para el desarrollo de la historia natural tras el colapso del orden colonial español vienes a incidir e insistir en la idea de que la ciencia, en realidad, constituye un conocimiento colectivo y cooperativo. En este punto concreto, tu óptica histórica se muestra refractaria a aquella perspectiva de la ciencia, a mi entender “idealizada”, que todavía hoy en día se presenta como una actividad neutra en valores, aséptica, esencialmente individualista e internalista, es decir, ajena a cualquier influencia “externa”. Corrígeme si me equivoco. 

No te equivocas, pero vamos a ver cómo te contesto sin hablar de externalismo/internalismo.  Esto de la ciencia como una práctica cooperativa y colectiva no es mío. Quizás muchos lo hayan olvidado pero era uno de los corolarios del trabajo de Simon Schaffer y Steven Shapin sobre los orígenes de la ciencia moderna, una obra que data de la década de 1980. Por otro lado, es algo que ellos nombran pero que se puede encontrar en los archivos de cualquier museo, en los de cualquier nombre “grande” o “pequeño” que se haya dedicado a juntar datos u objetos para armar colecciones o cuadros, tablas de datos, etc. Desde Humboldt a una maestra o un administrador de provincia, pasando por Newton y por Cuvier, los datos que ellos coleccionan proceden de un ejército de observadores movilizados por instrucciones, lecturas, afanes y objetivos varios que, insisto, cuestionan esta idea que hay un adentro y un afuera. 

Avanzando un poco, en las últimas décadas del siglo XX abundaron los trabajos sobre el papel de los aficionados en las ciencias como la astronomía, la arqueología o la geofísica. Ahora hay un renacimiento de esto que se ha dado en llamar “ciencia ciudadana”, como si fuera un invento de la pseudo-democracia de las redes sociales. En fin, que la ciencia moderna surge de ese modo y forma parte de ella, claro que en un contexto donde los que sabían leer y escribir eran proporcionalmente muchos menos. 

Pregunta 3

Señalas con cierta asiduidad que uno de los objetivos de tu trabajo como historiadora es estudiar aquellos procesos de conformación de la frontera que divide el conocimiento científico de lo extra-científico (diversión popular), esto es, el proceso de aparición de una “exterioridad” a la ciencia. ¿En qué medida el siglo XIX fue un periodo especial a la hora de establecer esta marca divisoria? ¿Cómo se fueron asentando las estrategias de legitimación de la ciencia en las prácticas de aquel momento que has ido estudiado a lo largo de tu carrera académica? 

Aquí es importante destacar que las cronologías y los procesos en las ciencias no son iguales según de qué disciplina estemos hablando, de la historia de su profesionalización, de la capacidad de sus practicantes de cerrar o hasta de prohibir que otros se dediquen a algo que determinado grupo sostiene que le pertenece y puede regular a través de gremios o colegios. 

Sin ir muy lejos, cualquiera hace historia y es escuchado, leído como historiador por más que los historiadores profesionales protesten. Periodistas, médicos, abogados, científicos…, se ponen a escribir “historia” y no hay manera de evitarlo. La historia es un campo sumamente abierto. Los archivos no le niegan la entrada a nadie, las editoriales y las páginas de los diarios tampoco, como si la historia no tuviera reglas, métodos o incluso una jerga. Lo mismo con cualquiera de sus especialidades, los de letras escriben sobre ciencias sin distinguir un tubo de ensayo de una cápsula de Petri. Y no pasa nada, la historia aún hoy es un campo repleto de aficionados, que además disimulan calzándose la idea que cada uno tiene derecho a contar la historia que más lo represente. 

Sin embargo, un historiador no matriculado como abogado, aunque conozca todos los códigos y todas las leyes vigentes  y pasadas, no puede practicar la abogacía sin recibir una denuncia o una multa. Tampoco puede sacar dientes. Aunque haya aprendido a manejar los instrumentos, corre el riesgo de ir preso. Es decir, se trata de una frontera que no está trazada por el conocimiento o el dominio de un saber-hacer sino por otras cuestiones y, sobre todo, por la posibilidad de controlar quién se dedica a qué cosa. Algunas de estas fronteras son viejas, otras son del siglo XX, otras todavía no existen y quizás no existan nunca. Tampoco hay que olvidar que las disciplinas aparecen y se mueren, y con ellas las fronteras.

Además de en la historia, esa falta de límites también se ve en las ciencias que requieren trabajo de campo, donde la participación de los “no científicos” es fundamental, ya sea para encontrar los sitios o para el estudio de los materiales recolectados y que forman parte de colecciones particulares, tal y como se da en la arqueología o la paleontología.  Cuestiones tales como la obtención de los permisos para el trabajo de campo y el régimen de propiedad de las cosas que son objeto de estudio contribuyen a trazar esas fronteras que, lejos de ser esenciales o necesarias, tienen una historia ligada a la consolidación de determinada práctica como profesión regulada por los pares o por el Estado. Pero, insistiendo en su historicidad, no en todos los países las antigüedades o los fósiles son patrimonio del Estado y en países como Francia o los Estados Unidos, un particular puede albergar una colección paleontológica mientras tenga tiempo, dinero y espacio para hacerlo. En esos casos, el diálogo entre “profesionales” y aficionados se impone por su propio peso. 

Pero cuidado: lo extra-científico es una categoría que tampoco me gusta usar, sobre todo si la aplicas a la diversión popular. En mis trabajos sobre la anatomía popular (museos de cera, por ej.) he mostrado cómo en esos museos itinerantes que van de feria en feria también se promueven modelos que se usaron o se usarán en la dermatología y en otras ramas de la medicina. O el caso del charlatán Guido Bennati, cuyas colecciones de antropología serán adquiridas por el Museo de La Plata (Argentina). Y el ejército de aficionados que se dedica a observar estrellas y ha hecho aportes importantes, como David H. Levy, un especialista canadiense en literatura inglesa, astrónomo amateur y descubridor de 21 cometas, entre ellos el que colisionó con Júpiter en 1994. 

Museo de La Plata

Pregunta 4

En el contexto presente, en el que emerge de forma acelerada un modelo de globalización que, en gran medida, está siendo impulsado desde finales del siglo XX desde la práctica tecnociencia contemporánea, tus trabajos históricos (tanto sobre la conformación de los museos naturales sudamericanos, como de las actividades de los charlatanes, de los embalsamadores o incluso del papel de figuras concretas destacadas como Florentino Ameghino) vienen a relativizar la supuesta novedad de este proceso, ya que demuestras que el establecimiento de relaciones globales en el campo de la ciencia es un fenómeno mucho más antiguo de lo que aparentemente se pudiera considerar. Siendo así, amplías incluso el radio de acción de la ciencia sudamericana decimonónica que, por lo general, suele atribuírsele un alcance “local”. ¿Qué características destacas de este proceso de intercambio e relaciones intercontinentales que se produjo durante el siglo XIX y principios del siglo XX? ¿Observas afinidades o continuidades con respecto al modelo de globalización científica contemporáneo?

Insisto, no son (solo) mis trabajos los que muestran que las conexiones a escalas que exceden lo local preceden en mucho este siglo que nos toca vivir. Cuando estudiaba arqueología en la década de 1980 me impresionó que se pudieran rastrear los circuitos de intercambio de obsidiana y de materiales líticos en la prehistoria europea. Esos estudios hoy tienen una gran fineza y muestran que la humanidad desde el vamos es móvil, que el comercio y que el intercambio de productos conecta las regiones frías con las cálidas desde muy temprano. Los trabajos clásicos de John Murra mostraban el uso vertical de los recursos naturales de los Andes. Y hace poco reseñé un libro sobre el uso de las perlas en el Imperio Mogol de Gengis Kan que habla de las conexiones entre la estepa, el Índico y el Pacífico: miles de kilómetros salvados para traficar perlas, articulando el conocimiento producido en varias lenguas, en contextos diferentes. 

A inicios del siglo XIX el botánico bávaro Karl von Martius escribió un ensayo (y ganó un premio): “Cómo se debe escribir la historia del Brasil” donde claramente dice que no se puede entender el pasado de ese país sin conectarlo con la historia de la explotación del brasilete de la India. Se trata de un árbol nativo del sudeste asiático y del archipiélago malayo, fuente de la brasilina, un pigmento rojo usado en la Europa de la Edad Media. Martius reconocía que la historia americana formaba parte de una historia que hoy algunos llaman global y que no es más que la historia en sentido estricto. Cuando los exploradores portugueses encontraron en la costa de Sudamérica un árbol que reconocieron como pariente de la especie asiática, lo llamaron pau (madera) brasil (rojizo). Su comercio cobró tanto vigor que los marineros y comerciantes empezaron a referirse a la Terra do Brasil. Es decir: para entender al Brasil hay que saber de la historia del comercio medieval entre Europa y Asia, de la producción de colores, del uso de los árboles en las geografías más distantes y de la transferencia de un lado a otro de usos y costumbres.

A veces me parece que nos olvidamos las primeras letras de la escuela primaria, cuando aprendemos que Colón llegó a América buscando una ruta alternativa para las Indias y  para obtener especias. O que la leyenda cuenta que Marco Polo trajo la pasta de la China, en fin, que la historia del comercio es la historia de la circulación de plantas, animales y minerales, de personas que van y vienen, de objetos manufacturados y de materias primas que en esos viajes se cargan de significados, de valor monetario o simbólico como medicina, adorno, alimento. Muchas veces me pregunto por qué ese sustrato que aprendemos en la más tierna infancia luego se deja tragar por una visión del mundo que no pasa de la gloria del barrio y nos impide pensar en categorías mucho menos esenciales que las que marcan las historias nacionales. 

Pregunta 5

Relacionado con la cuestión anterior, me interesa destacar un fenómeno que pones de relevancia y que, la mayor de las veces, es ignorado a la hora de describir estas redes de transacción y circulación del conocimiento científico, ya que se tiende a ofrecer una visión esencialmente eurocéntrica. En este sentido, en muchos de tus trabajos desarrollados junto con la profesora María Margaret Lopes sobre el proceso de construcción de los museos naturales o de ciencia en Sudamérica (Museo Nacional de Buenos Aires, Museo de la Plata, Museo Nacional de Rio, Museo de la Academia  de  Ciencias  de  Córdoba, etc.) se habla de una influencia o relación sur-sur. ¿Cuál fue el impacto de este tipo de relaciones en el desarrollo de la ciencia decimonónica en Sudamérica?

Si, es cierto, Margaret me enseñó a pensar de esa forma. Ella me invitó a escribir juntas un artículo sobre los museos de historia natural en nuestro continente. Creo que eso fue en 1999 (se publicó en Osiris en 2001). Nos inspirábamos en Susan Sheets-Pyenson pero íbamos más allá para mostrar que, en el caso de los museos americanos, lejos de un modelo que llegaba a Río de Janeiro, Montevideo o Buenos Aires directamente desde Europa o desde Washington, se trataba de un proyecto inspirado por los del país de “al lado” y que, además, iba cambiando. Si el Museo de Río era el deseo de los argentinos de 1870, 20 años más tarde, el Museo de La Plata (que entonces era un museo provincial) se volvería la referencia ineludible del deber ser de un museo sudamericano. Las dos intentamos investigar el intercambio de publicaciones, de ideas, de colecciones entre los científicos radicados en nuestros países. Margaret tiene una frase muy bonita: con los pies en América y la cabeza en el mundo. Con ella se refiere a esos personajes del XIX pero también a un punto de vista que nos permitía salir del aburrimiento de la retórica del aislamiento, la periferia, etc.  

Tampoco éramos las primeras. Horacio Camacho –el paleontólogo argentino- había hecho una cosa similar en su Historia de las ciencias en la Universidad de Buenos Aires. Camacho había mostrado los intercambios con Chile en lo que respecta a la geología y la mineralogía. Y ahora, una tesista, Mariana Waligora, está trabajando la colaboración de los argentinos y brasileños con los geólogos de África, India y Australia en lo que respecta al estudio del paleocontinente Gondwana en el siglo XX. 

La verdad es que, cuando uno se confronta con las fuentes, no queda más que preguntarse cómo alguien puede creer que estos personajes trabajaron aislados o sintiéndose “periféricos”. No estaría mal una historia de la consolidación de este discurso entre nosotros para ver por qué “el lamento periférico colonial” tuvo y tiene tanto éxito.

Pregunta 6

Hay en tu trabajo una dimensión epistemológica que me gustaría abordar porque, precisamente, ha sido un tema que no se ha investigado con suficiente dedicación. En ese sentido, me gustaría preguntarte lo siguiente: ¿hasta qué punto estas prácticas de transacción y de consiguiente re-significación de objetos científicos o etnológicos que fueron comercializados en aquella época han desempeñado un papel significativo en el modo en que se han desarrollado campos científicos como, por ejemplo, la paleo-antropología, la anatomía o la historia natural?

En mis trabajos la dimensión económica es fundamental. Primero, muchos de los personajes que estudio viven de hacer y vender colecciones, o de tratar de vender su trabajo a quien se lo pague, sea este el Estado o un coleccionista privado. Muy pocos son un Darwin (un heredero que nunca necesitó de un salario) o un presbítero Dámaso Larrañaga, quien vivía en Montevideo gracias a sus propiedades familiares y su cargo en la Iglesia católica de la Banda Oriental. En casi todos hay una lógica comercial en lo que hacen, ya sea porque venden o porque compran. Invierten dinero, establecen redes de proveedores y los educan en cuestiones tales como lo que deben buscar. Estudian y compran libros como hace Pedro de Angelis para poder vender los huesos con algo de valor agregado, no solo como materia prima (el hueso pelado) sino como una nueva especie preclasificada que vende cara porque al costo de extraerlos le suma el precio de la gloria. 

En el caso de los hermanos Ameghino, se trata de una verdadera empresa familiar con papeles definidos y con la necesidad constante de buscar cómo solventar los costos de flete, de transporte, de publicación. 

Todo esto tiene consecuencias en lo relativo a qué se busca (la novedad, lo que se puede vender caro), qué se abandona (los huesos que no sirven para diagnosticar), etc. Pero, desde el punto de vista historiográfico, nos recuerda la dimensión económica de la práctica de la historia natural, de su logística, de la debilidad de estos emprendimientos y de la necesidad de ir mucho más allá de los meros “ismos”.

Pregunta 7

Vamos a aspectos un poco más concretos. En tu exhaustiva exploración de la figura, tan importante para Argentina, de Florentino Ameghino, uno puede observar claramente cómo las teorías científicas, en su proceso de construcción, se encuentran condicionadas por  las afinidades y convulsas divergencias que se producen en los espacios de estas redes intercontinentales a las que te refieres. ¿Cómo fue este proceso en el caso específico de Ameghino? ¿Se podría hablar de que estamos ante una variante de lo que en la actualidad se considera como diplomacia científica? 

Florentino Ameghino (1853-1911) –un ejemplo clarísimo del amor ciego de la historiografía por el tópico del aislamiento- no puede concebirse sin su red de aliados y eso desde el inicio de su carrera, empezando por los periodistas de los diarios de la ciudad de Mercedes (provincia de Buenos Aires), que lo proyectan a los medios de la capital, siguiendo por los zoólogos, prehistoriadores y geólogos de París, los científicos alemanes de la Universidad de Córdoba, algunos políticos argentinos y el zoólogo alemán Hermann von Ihering, director del Museu Paulista, en la ciudad de San Pablo en Brasil. Tanto el cuadro estratigráfico del Cenozoico sudamericano como la estratigrafía de las formaciones sedimentarias de la Patagonia son obras hechas entre varios, intercambiando cartas, favores, chistes, chismes, odios y colecciones de valvas de moluscos y dientes de mamíferos. O dibujos, mapas, opiniones, libros. Son ideas que se tejen con objetos y conversaciones. No sé si eso se llama diplomacia científica pero sin todo eso la obra de Ameghino (la de nadie) existiría. Lo mismo para conseguir trabajo, un pase en los barcos o la publicación de una obra con dinero del Estado. Sin negociaciones, no hay dinero.

Pregunta 8

Hay otro campo de estudio, sobre el que me gustaría prestar atención que es el fenómeno de los charlatanes (y especialmente, de Guido Benati), al que llegas, si no me equivoco, a través de tus investigaciones sobre la historia de las colecciones y de los espacios museísticos. Explícanos por favor con más detalle cómo fue ese tránsito.

Llego a Bennati por Ameghino, ya que este le hace una reseña en la prensa sobre su museo científico sud-americano, una exposición itinerante presentada en Buenos Aires en 1883/4. Esa reseña está publicada en las Obras Completas del segundo. En 1997 la usé como evidencia de la importancia de las colecciones y museos privados en la Buenos Aires de entonces y años más tarde me dí cuenta que podía ser la puerta de entrada a un universo que jamás hubiese sospechado. No me equivoqué: tras Bennati estaban el magnetismo animal, un charlatán de dos mundos, una falsa sultana y la impostura pequeño-burguesa a escala transcontinental. A partir de allí desarrollé un ojo “detector” de charlatanes y descubrí a varios de estos personajes que, a fines de siglo XIX, recorrían América de norte a sur y de sur a norte, asociándose, dirigiendo periódicos y expediciones con fondos estatales, tanto en la Argentina como en Colombia, Bolivia o Paraguay. 

La historiografía de nuestros países ha hecho silencio sobre ellos o repite sus cuentos sin darse cuenta que para entender al personaje es necesario cruzar la frontera. De esa manera el historiador se confronta con la identidad viajera y, a la vez, con el carácter de impostor de quienes supieron escudarse en el estudio de la naturaleza para sobrevivir en ese siglo que celebraba la ciencia y el progreso sin distinguir la ciencia de la propaganda y la retórica. 

Pregunta 9

A través de tus estudios sobre estos charlatanes queda patente que, de alguna manera, estas prácticas, donde se entremezclan lo que tu denominas “mentiras de Perogrullo” con argumentos de cierta sofisticación, mantienen una relación más estrecha de lo que cabría esperar con los protagonistas que impulsan la institucionalidad científica en el siglo XIX y principios del siglo XX. De hecho, hablas de ellos como verdaderos testimonios vivientes de la importancia de la ciencia en aquel momento, esto es, en el siglo del positivismo. ¿Cuál fue la naturaleza y el alcance de esta relación tan sorprendente?

Es que el siglo del positivismo es una patraña y una maraña de malos entendidos. Muchos piensan (y pensaban) que  invocar a la ciencia positiva (como hacían Bennati & Co.) es una garantía o una marca del papel del positivismo cuando, en realidad, se trata de mero palabrerío, que queda bien usar pero que no significa nada. Además, Bennati como muchos otros, trabajan con fenómenos que exceden los hechos observables: el magnetismo animal, por ejemplo. El siglo XIX es mucho más interesante de lo que la vulgata sobre el positivismo ha hecho creer.

Pregunta 10

Asimismo, de la lectura de tus obras se puede extraer la interesante conclusión de que estos charlatanes, durante el siglo XIX, constituyen indicadores sintomáticos de la laxitud o porosidad de los límites que separaban el farsa o la burla de lo que era creíble y digno de atención desde la comunidad de científicos que a menudo, dicho sea de paso, eran objeto de engaños sofisticados. El criterio de demarcación de la ciencia no parecía tan obvio y contundente, ¿no es así?   

Por supuesto que no. Lo que pasa es que si hacemos historia lo primero que hay que sacarse de encima son las definiciones normativas tipo “¿qué es la ciencia?”. En todo caso, si uno no quiere descartar ese tipo de pregunta debe agregarle la fecha, el sitio y el campo de estudio.  

Y volviendo a la cuestión de las prácticas colectivas, hay aceptar que esas redes abarcan personajes de todos los colores.

Pregunta 11

Me parecen muy interesantes algunas conclusiones a las que es posible llegar a través de tus estudios acerca de la persistencia a lo largo del tiempo de la mentira protagonizada por los charlatanes, manifestada en sus discursos o remedios, con independencia de la contrastación empírica que, sin embargo, no resulta efectiva para alterar las creencias colectivas. Se puede decir que desvelas dinámicas subterráneas que tienen que ver con una historia de la verdad y de la construcción, en definitiva, de la realidad. 

Y un cuestionamiento de la idea de que la experiencia se acumula…Pues parecería que no. Que si todos los años llega el mismo mentiroso y ofrece el tónico milagroso que año pasado mató a la abuela, y se lo vuelven a comprar, algo no funciona. O mejor dicho, funcionan de manera diferente a las que nos enseñaron a creer. Por eso los refranes están mal o expresan un deseo que no coincide con la realidad del niño que se quemó con leche, ve la vaca y va a tirarle de las tetas. 

Pregunta 12

En tus trabajos también se describe una estrecha conexión de este tipo de personajes con el periodismo, estableciéndose de este modo una especie de retroalimentación implícita. Si nos trasladamos a la actualidad, parece evidente que las dinámicas de articulación de la práctica científica contemplan la necesidad de una especial atención al fenómeno comunicativo que, hoy en día y frente a lo que acontecía en el siglo XIX, se manifiesta con una mayor diversidad de formatos. ¿Existen todavía prácticas calificadas de charlatanería en espacios contiguos o aledaños a la ciencia contemporánea? ¿Dónde se encuentran los charlatanes en la actualidad? ¿Ha habido algún cambio en su rol o en su universo representacional?

Charlatanes…pues sí. Levanta cualquier baldosa y te encuentras con varios y en cualquier especialidad. Los hay por correspondencia, radio, televisión y podcast. Y también sobreviven los de vieja estirpe, esos que curan de todo, en el espacio público, en su gabinete, con museo o a cuarto pelado.

Pregunta 13

Me interesa mucho tu alusión a Javier Moscoso, un historiador  y filósofo de la ciencia que ha centrado una parte mayúscula de su trabajo en el asunto de las coordenadas históricas del dolor. Desde ese punto de vista, sostienes que los charlatanes llegaron a satisfacer ciertas “necesidades estructurales”, en la medida en que respondían y acometían una función complementaria no cubierta del todo por la medicina del momento, especialmente destinada a los colectivos más pobres. ¿Podemos hablar, en un momento en el que surge la medicina experimental, de una soterrada tolerancia o, incluso, de un reparto de funciones con las prácticas de charlatanería relacionadas con actividades curativas? ¿Desempeñaban estas prácticas una función social relevante?

No sé si relevante, pero me gustaría destacar dos cosas: la medicina no cura todo, ni ahora ni en el pasado y tanto los ricos como los pobres acuden a quienes prometen curaciones milagrosas o sin dolor en las épocas en las que no había anestesia. Y por otro lado, como era el caso de los territorios de la Monarquía española, no en todos lados había médicos habilitados y, por lo tanto, se dejaba actuar a quien se presentara. En el caso del siglo XIX, Bennati cura (gratis) a los enfermos a cargo de las sociedades de beneficencia. Eso le extiende una suerte de pasaporte a los maridos de las damas que se ocupan de los pobres; maridos que son políticos o tienen  acceso a ellos y recomiendan a Bennati para realizar trabajos para el gobierno. Curar gratis a los pobres se cobra con otra moneda. 

Pregunta 14

Lo que se desprende de tus investigaciones es que, cuando se trata de la cultura material de la ciencia, nos estamos sumergiendo en un universo mucho más complejo de lo que parece o de lo que nos cuentan los manuales convencionales de historia de la ciencia (plagados de hitos heroicos descontextualizados del “estilo de pensamiento”, haciendo nuestro el término de Ludwik Fleck, o del espíritu de la época en el que se gestaron). Si bien en este campo ha habido avances muy significativos en los últimos tiempos, ¿a qué se debe esta divergencia a la hora de contar la historia de la ciencia?

No lo sé, como tampoco sé por qué la gente prefiere una historia de buenos y malos, de grandes hombres o de grandes mujeres a una historia mucho menos personalizada sin moraleja ni promesa de final feliz. A fin de cuentas, ninguna especie es eterna y no estaría mal pensarnos un poco menos como individuos y más como poblaciones de Homo sapiens, esa especie que -por ahora-disfruta de su cuarto de hora en este mundo.   

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