Jorge Enrique Linares (2019). Adiós a la Naturaleza. La Revolución Bio-artefactual. Madrid: Plaza & Valdés

Después de una lectura atenta y sosegada de la última obra publicada por el reputado filósofo de la ciencia (profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM- y miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias), Jorge Enrique Linares, en la que se dedica más de trescientas páginas al análisis crítico y exhaustivo de la llamada “revolución bioartefactual” (acontecimiento trascendente que, aunque se otea todavía algo distante y en una etapa larvaria se da por un hecho consumado al que resulta necesario habituarse), uno no puede evitar advertir un cierto tono admonitorio. Diría más. Uno sucumbe a la impresión de que el enfoque adoptado por el autor se identifica de algún modo con el ejercido por un convincente “advocatus diaboli” (si se me permite en este contexto una expresión de raigambre típicamente teológica), en la medida en que no escasean en el texto contra-argumentaciones razonadas, extraídas o inspiradas en algunas de las nociones clave de figuras destacadas en el campo de la filosofía de la tecnología (Jacques Ellul, Günther Anders, Martin Heidegger, Hans Jonas, Langdon Winner, Lewis Mumford, Eduardo Nicol, etc.) que se muestran refractarias al triunfalismo devoto de la empresa tecno-científica a escala global. Tampoco deja de ser significativo, aunque la coincidencia pueda ser fruto de la casualidad, que la despedida nostálgica de la ontología del ordo naturalis, que queda expresivamente encabezada como título de este notable trabajo (Adios a la naturaleza. La revolución bioartefactual), coincida con la partida de la “Razón”, en mayúsculas, anunciada y celebrada por el levantisco e irremplazable filósofo de la ciencia austriaco Paul Feyerabend en una de sus obras más relevantes y polémicas (Adiós a la razón, 1987). Y es que, si se mira con suficiente detenimiento, cabe colegir que una de las constataciones expuestas de modo reiterado en esta muy estimable obra es que, con el advenimiento en todo su esplendor del poder operativo contraído por la biología sintética se han producido desplazamientos epistemológicos soterrados en la racionalidad contemporánea (incluidas las lógicas que acompañan a la empresa científica) que han dado vía libre a la reorganización pragmático-instrumental del mundo. En otras palabras, el componente constitutivo del idealismo que vigorizaba el racionalismo tradicional occidental se irriga y expande, en nuestro presente actual, a través de una variante “refinada” que ha sido espoleada por la contundente hiper-tecnologización. 

Todo ello nos lleva, antes de entrar de lleno en los contenidos de este trabajo, a poner encima de la mesa dos observaciones que considero necesarias tener en cuenta a la luz de lo dicho. En primer lugar y a estas alturas de la cuestión, si todavía alguien se siente tentado en acogerse al mítico ideal de la ciencia como un conocimiento aséptico y atrincherado a la neutralidad frente a los vaivenes del mundo social o al carácter nebuloso de la reflexión filosófica, con este libro definitivamente es preciso bajarse de tal pedestal y estar muy atento a las repercusiones en todos los ámbitos (desde el filosófico al ético, desde el político al económico, etc.) que acarrea el avance de la biotecnología contemporánea.  

Por otra parte, el libro desaconseja entregarse a la engañosa convicción de estar asistiendo a la materialización de una aspiración utópica. El ejercicio de prospectiva especulativa que acoge y cultiva este libro a partir de una precisa auscultación de las tendencias de fondo que determina el “mundo biotecnológico” (Introducción; p. 19) nos da pistas sobre algunos escenarios sombríos, asiduamente relegados al ocultamiento, que se perfilan en el seno de este nuevo ecosistema artificial bio-tecno-diverso derivado del entrecruzamiento de los agentes humanos, los artefactos abióticos y los propios bioartefactos. Es más, en tanto que, de alguna manera, hace suyo el argumentario de Günther Anders sobre el fenómeno tecnológico, valida su idea de que esta época, precisamente, esté atravesada de propiedades relativas a una utopía invertida, en la que el ser humano no es capaz de “imaginar todo aquello que está realizando o produciendo para el futuro” (capítulo 6. ¿Por qué es necesaria una ética para el desarrollo y la investigación biotecnocientífica?; p. 227).

No hace falta decir mucho más. El profesor Linares lo deja meridianamente claro desde el principio de su trabajo: “La racionalidad que gobierna este mundo tecnológico es una reciente y poderosa modalidad de instrumentalidad pragmática cuyo fin es el logro de la máxima eficacia en el control y dominio de entidades naturales y sistemas sociales. Esta racionalidad se caracteriza por su capacidad para reducir la naturaleza entera -incluso al ser humano mismo- a fungir como reserva disponible y como materia prima para la manipulación o transformación técnica. El objeto de este proceso consiste en crear la ilusión de que todo cuanto nos sale al paso existe sólo en la medida en que puede ser usado o transformado técnicamente. Para ese fin, la razón tecnológica ha logrado subordinar en la modernidad a la razón científica y ha podido desplazar a la razón teorética (científica o filosófica) del puesto central que ocupó en la historia de la civilización occidental” (capítulo 1. Una ontología para el mundo tecnológico; p. 37).  

Ahora bien, y este aspecto es repetido por el autor en diferentes pasajes del texto, no se trata de oponerse frontalmente a todo avance tecnológico. Creo intuir que en este punto Jorge E. Linares no abandera en ningún caso una postura maximalista o extrema. La cuestión clave, la que nos incumbe a todos, estriba en el hecho de que el conocimiento práctico-instrumental se ha visto desposeído de otras cualidades gnoseológicas (asociadas estrechamente a la vertiente ética, filosófica e, incluso, escatológica) que pudieran ejercer de contrapeso al ímpetu operativo de lo tecnológico, cuyo afán de abarcamiento absoluto y exclusivo de la realidad, nos introduce, salvando las distancias y siguiendo el célebre dictum acuñado por Giambattista Vico, en una etapa crepuscular y “barbárica de la razón”. 

El hecho cierto es que el autor, sin pecar de tremendismo, nos sitúa ante un venidero escenario de transición, un umbral de cambio que cabe otear en el horizonte de un futuro a corto plazo, y que traerá consigo una transformación ontológica de consecuencias insospechadas. El hombre, a través de la tecno-ciencia de vanguardia, ya no se contenta en crear un nicho propio que sirva de mundo protector frente a las hostilidades de la naturaleza (una cantinela que sirve de sostén para el arranque de la antropología filosófica durante la segunda mitad del siglo XIX, con autores como Max Scheler, Helmuth Plessner o Arnold Gehlen), sino que interviene en sus procesos internos y la doblega con el propósito de reorientar los fines últimos formulados por el propio hombre. 

Atendiendo a esta tesis central, Linares va desgranando a lo largo de la obra las características y rasgos más sobresalientes de esta novedosa era de la “bioartefactualidad” en la que se despliega, siguiendo los planteamientos de autores como Massimo Negrotti, Keekok Lee, Peter Kroes, Risto Hil-pinen, etc., una poderosa capacidad técnica de transmutar la materia viva, así como de introducir cambios sustanciales en las representaciones sociales y concepciones teóricas sobre la naturaleza, los seres vivos y nuestra propia naturaleza humana (capítulos 1, 2, 3 & 4). Junto con ello, y este aspecto no es menos importante, se ponen también las bases para el surgimiento de una taxonomía de lo vivo inédita, compuesta de bioartefactos, “naturoides” -producto de la replicación, sustitución o simulación artefactual de entidades, procesos, órganos o sistemas naturales mediante materiales no bióticos-, artefactos abióticos y seres humanos que podría funcionar como una “segunda naturaleza” (capítulo 1; p. 32). 

Pero no sólo eso. La capacidad de “artefactualización” de todo lo vivo (a partir de distintos grados de control y de modificación de sus funciones biológicas y sus propiedades fisiológicas) no se encuentra ya, en opinión de Linares, con limitaciones fácticas u operativas irresolubles. Y es en este punto específico donde surge una problemática filosófica de primera magnitud, porque, una vez que se han desplomado los diques de contención material, es posible anticipar, y a las pruebas asociadas a las tendencias expansivas de las lógicas capitalistas existentes en la tecno-ciencia contemporánea nos remitimos, una eventual empresa de “humanización” sobre la total y completa exterioridad. Ante esta inquietante situación que, digámoslo de paso, no carece de cierto poso de resignada aflicción (habida cuenta de la deprimente precariedad de los cimientos que sostienen la civilización moderna), el autor no duda en recurrir al argumentario de expertos como la filósofa de la Universidad de Manchester, Keekok Lee, en favor de la no interferencia en el mundo no-humano y del mantenimiento del propio concepto de naturaleza como indicador de una otredad vital radical merecedora de preservación. “Lee nos propone que (…) defendamos y protejamos lo natural, tal como lo hemos conocido, sin romanticismos ni dualismos ontológicos, porque los organismos vivos contienen fines inherentes y están vinculados a la evolución de la vida en la Tierra” (capítulo 4. Las promesas y riesgos de la biología sintética; p. 133). Pues bien, este gesto, que trasciende lo meramente discursivo, posee su importancia, y tanto más por cuanto que nos hallamos en una coyuntura académica y sociopolítica particular en la que se escuchan estruendosos cánticos de sirena que, no sin cierta petulancia, certifican la defunción definitiva de la naturaleza, bajo su concepción tradicional, ante la promesa de un horizonte de transformaciones irreversibles.  

Pues bien, en este orden de cosas el posicionamiento adoptado por Linares resulta meridianamente claro. La plausible periclitación artificial de lo natural adquiere visos de comprensión cuando se ponen justamente de relevancia los direccionamientos escorados de la empresa tecno-científica. Esto quiere decir, en resumidas cuentas, que la integración del proyecto civilizatorio moderno con lo natural no ha sido ni mucho menos armónica. Más aún, se ha depositado el peso principal, el atractivo epistémico y la iniciativa operativa en la irresistible potencia tecnológica, entendida como un agente activo clave en la transformación de la realidad natural. Y, como conclusión, el diagnóstico del modelo tecnológico imperante no pasa, ni mucho menos, por una “adaptación equilibrada de innovaciones tecno-científicas a las estructuras biológicas y bioquímicas de los ecosistemas”, sino por una “adaptación de los organismos vivos y los ecosistemas enteros a las condiciones tecnológicas y necesidades de desarrollo industrial” (capítulo 4; p. 100). 

Parece evidente que la programación e ingenierización de los sistemas biológicos supone uno de los corolarios más tangibles de la re-significación moderna del fenómeno tecnológico, circunstancia que ha sido atisbada con lucidez por aquella corriente analítica sujeta a una perspectiva “humanista”, de conformidad con la famosa clasificación elaborada por Carl Mitcham (Thinking through Technology. The Path Between Engineering and Philosophy, 1994). Todo este tema, aclarémoslo, ya ha sido anticipado en gran medida por el autor en su anterior obra (Ética y Mundo Tecnológico, 2008), pero aquí se da otra vuelta de tuerca al debate en torno a la implicación filosófico-antropológica del hecho tecnológico a través de los significativos trabajos del filósofo español José Ortega y Gasset (capítulo 2. Ortega y Gasset y el proyecto de transformación tecnológica del mundo), uno de los primeros pensadores del siglo XX en abordar esta cuestión. 

Si las alambicadas implicaciones reflexivas de esta obra se limitaran a todo lo dicho con anterioridad, con las diversas cargas de profundidad que atesora su trasfondo, a buen seguro que el lector quedaría plenamente satisfecho. No obstante, es preciso advertir que el contenido de sus páginas presenta todavía una amplitud y un calado mayor (especialmente en los capítulos 5, 6, 7 & 8) al dejar en clara evidencia los riesgos manifiestos contenidos en un modelo de desarrollo tecnológico que está siendo estimulado por una lógica finalista interna, aunque tamizada también por criterios acumulativos propios del capitalismo rampante que progresa de modo veloz por todos los recovecos de nuestra existencia presente. De ahí la importancia vital de introducir una reflexión de carácter ético en la investigación “biotecnocientífica”, ya que no sólo nos hallamos ante posibles problemas de índole metodológico y procedimental (es decir, ligados a la bioseguridad, bioprotección, bioerrorismo, etc.), sino que es preciso poseer pautas adecuadas para comprender y gestionar las problemáticas inherentes ligadas a los propósitos. Una de las razones de ello es que la complejidad inherente de los avances tecnocientíficos en nuestras sociedades contemporáneas intensifica la normalización del peligro o posibles fatalidades como factores sistémicos (y aquí obviamente la referencia del autor al sociólogo Charles B. Perrow no es en modo alguno extemporánea). Es por ello que se alienta, en relación con el horizonte futuro bosquejado por la biotecnología, una especie de comedimiento que esté presente y vertebre los espacios de controversia o de debate público, una suerte de “phronēsis” (Φρόνησις) colectiva (capítulo 6; p. 231) que tenga la virtud fundamental de frenar cualquier exceso mediante un marco ético referencial robusto (en el que se de cabida a principios esenciales como el de precaución, el de responsabilidad, el de autonomía individual o el de justicia distributiva, entre otros -capítulo 6; pp. 238-251-). Una tecnociencia más prudente y honesta, que demuestre la eficacia de sus sistemas pero que advierta de sus riesgos y de las incertidumbres en las que tenemos que vivir, es decir, una tecnociencia atemperada por la prudencia ético-política, puede ser mucho más confiables y cercana a toda la gente (capítulo 6. ¿Por qué es necesaria una ética para el desarrollo y la investigación biotecnocientífica?; p. 230). 

En resumidas cuentas, nos hallamos ante un libro meritorio, altamente recomendable, que tiene la virtud de introducir eficazmente al lector potencial, esté familiarizado con el universo particular de la praxis tecnocientífica o no, en un imaginario emergente donde se pone en cuestionamiento la frontera  ontológica y el horizonte representacional que ha determinado y distinguido tradicionalmente la realidad artificial, la naturaleza humana y las bases orgánicas de la vida misma.  

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