LECCIONES OBJETIVAS: HACIA UNA EPISTEMOLOGÍA DE LA TECNOCIENCIA

Alfred NordmannProfesor del Instituto de Filosofía de la Universidad Técnica de Darmstadt

Introducción

¿Qué se entiende por conocimiento, cómo se produce, se comprueba y se valida, y de qué se trata? Estas son las preguntas que contribuyen a la conformación de una epistemología de la tecnociencia y podrían resumirse en una única cuestión: “¿qué es el conocimiento tecnocientífico?”. Esta pregunta presupone, a su vez, cierta contraposición, ya que conlleva claramente una distinción con respecto a otro interrogante no menos presuntuoso, a saber: “¿qué es el conocimiento científico?” No se pretende considerar este contraste en un sentido histórico, como si las tecnociencias y el creciente interés en la investigación orientada a la aplicación hubieran suplantado de alguna manera a la ciencia básica sólo en los últimos años. Lo que sigue, por tanto, no es una historia de pérdida o declive por el que, por ejemplo, el conocimiento científico que surge de la investigación crítica haya dado paso a un realismo ingenuo que deviene de un enfoque tecnocientífico centrado en la utilidad práctica.

Así pues, más que aventurar una hipótesis histórica, este artículo compara dos tipos de conocimiento que pueden haber coexistido siempre, y de hecho lo hacen hoy en día. No hacemos referencia aquí al proceso por el que un investigador individual llega a creer esto o aquello sobre la base de alguna prueba. Se trata más bien de un tipo de conocimiento que  cabe encontrar, por poner un ejemplo, en una publicación, es decir, el conocimiento objetivo y despersonalizado que es reconocido (al menos implícitamente y durante un cierto tiempo) por una comunidad de investigadores. Por lo tanto, también nos centramos en la forma en que los objetos aparecen expresados en estas afirmaciones de conocimiento publicadas, si éstos aportan pruebas que confirman o refutan una hipótesis, o si se exponen a través de  sus comportamientos o propiedades.

Es preciso indicar al respecto que, por una parte, poner el foco de atención sobre el conocimiento publicado de las comunidades de investigación dificulta nuestra tarea, en la medida en que las teorías epistemológicas presentan muchas más dificultades para abordar el conocimiento que es compartido anónimamente si las cotejamos con las afirmaciones de conocimiento individuales, puesto que es posible seguir su rastro hasta llegar a las razones que supuestamente las sustentan. Pero, por otro lado, también puede facilitar dicha tarea. No es necesario decir nada general sobre las “tecnociencias” y su contraposición a la “ciencia”. En su lugar, cabe caracterizar a estos dos tipos de conocimiento como tipos ideales, dejando abierta la cuestión de si se dan o no en forma pura, o si tal vez la ciencia y las tecnociencias se encuentran entremezcladas siempre entre sí. Incluso si se diera el caso de que el núcleo metódico de toda investigación fuera esencialmente el mismo y si no hubiera nada distintivo en las tecnociencias, la cuestión a formular seguiría siendo la siguiente: ¿cómo debemos entender ciertas afirmaciones de conocimiento que actualmente se encuentran en todas las publicaciones de investigación y cómo debemos entender las diferentes formas en que los objetos adquieren significado?

1. Conocimiento científico

¿Qué tipo de conocimiento objetivo se presenta en los artículos de investigación tecno-científica y, a su vez, se comunica en las correspondientes publicaciones? Para plantear esta pregunta, es conveniente invocar al modo estereotípico en que se presenta el conocimiento en un artículo científico, y si este procedimiento se ajusta estrechamente o no a las convenciones que han definido el género de la publicación en el campo de la investigación. Para la caracterización del conocimiento científico, pues, basta con evocar en la mente la típica publicación científica tal como la imaginan especialmente los filósofos de la ciencia. Según esta convención estándar del género, el artículo comienza con una pregunta, un problema o un enigma, una anomalía o una laguna de conocimiento. A continuación se proponen una o varias hipótesis, más o menos explícitas, que podrían responder a la pregunta o al menos contribuir a una respuesta. Tras un apartado de métodos, se pasa a la descripción del modo en que se han obtenido nuevas pruebas, mediante experimentos de laboratorio u observaciones de campo, que pueden refutar, confirmar o modificar las hipótesis. El artículo concluye con una evaluación de las hipótesis y se examina si éstas se han reforzado o debilitado, si se requieren más pruebas u otro tipo de comprobación, si se pueden revisar de alguna manera tal que ayude a explicar las pruebas. Pese a que los objetos de la investigación ocupan un lugar destacado en las secciones centrales del artículo y aún cuando se producen observaciones concretas, es preciso subrayar que, en cuanto la atención vuelve a centrarse en la verdad, la falsedad o la adecuación empírica de la hipótesis parecen haber cumplido ya su cometido y desaparecen de la vista. 

En este tipo de artículos científicos se trata, pues, de un conocimiento epistémico, es decir, de un lector que es conducido hacia una proposición en la que puede creer con una certeza cada vez mayor. En este sentido, la hipótesis es literalmente una cuestión de creencia, es decir, una construcción lingüística que se convierte en objeto de una convicción; la convicción consiste, pues, en considerar el enunciado como verdadero o falso, más o menos plausible o probable. Por supuesto, uno de los rasgos clave de la relación entre la ciencia y la filosofía es que, desde sus inicios, la filosofía ha tenido mucho que decir acerca del conocimiento epistémico. La definición particular, que se ha convertido en canónica, es aquella según la cual el conocimiento consiste en una creencia verdadera justificada; en el ámbito concreto de la opinión -el genus proximum– se califica como conocimiento aquel tipo de opiniones que satisfacen, en tanto que differentia specifica, la doble condición de ser verdaderas y de estar justificadas mediante la aportación de razones. Los límites de esta definición han sido discutidos en detalle, al menos desde que se demostró que proporciona, en el mejor de los casos, condiciones necesarias pero no suficientes (cf. Gettier, 1963; Moser, 1996). Con respecto al conocimiento científico objetivo presentado en una revista científica, esta definición se ve limitada además por el hecho de que en la publicación no hay lugar para que el sujeto exprese una creencia, ya sea la creencia del autor del texto o la creencia de la comunidad científica en su conjunto (suponiendo, claro está, que las comunidades puedan tener creencias). De hecho, el artículo científico se limita a ofrecer a sus lectores la posibilidad de revisar sus creencias. Y lo hace mediante el refuerzo o debilitamiento de las mismas, ya que muestra cómo las pruebas presentadas confirman más o menos claramente o se oponen a una determinada hipótesis. Esto podría contribuir a la aparición de un acuerdo intersubjetivo sobre los méritos relativos de una hipótesis como una especie de declaración de la creencia compartida.

En lugar de expresar una creencia en sí, la publicación científica contribuye a conformar una  creencia comunitaria. Por lo tanto, forma parte de un proceso público de justificación que, en principio, siempre resulta incompleto, se refiere a posiciones metódicas compartidas y tiene como objetivo la consecución de una creencia verdadera como fin de la investigación. No existe ningún medio para determinar la verdad de la creencia independientemente de este proceso de justificación, ni ninguna forma de comprobar algunos hechos de forma definitiva.  Por ello, el sociólogo de la ciencia Robert Merton se inclina por caracterizar a la ciencia como la búsqueda de un “conocimiento públicamente certificado” (cf. Merton, 1973, p. 270; Ziman, 1968).

Dado que la búsqueda del conocimiento científico tiene como propósito adquirir creencias mejor justificadas que, a largo plazo, se aproximen o converjan a la verdad, el papel general de las publicaciones científicas para la evaluación de las hipótesis es bastante claro. La apariencia momentánea o inicial de que una hipótesis concuerda con la realidad nunca es suficiente; siempre se requiere una demostración sistemática, una evidencia empírica y una explicación teórica, a partir de las cuales surjan razones sólidas para aceptarla. Si bien la observación o la manipulación experimental de los objetos están en el centro de muchas publicaciones, desempeñan sin embargo un papel fugaz en aquellos procedimientos públicos de comprobación de una hipótesis que sirven para reforzar o debilitar la creencia en esa hipótesis. Lo que se advierte por el contrario, es un determinado comportamiento del objeto y esta observación sirve a un propósito inferencial, siendo ésta, además, una observación de entre una cantidad indefinida de ellas que desembocan en otras tantas tentativas de verdad, falsedad o probabilidad.

Las convenciones que definen el género del artículo científico se integran, pues, en una concepción canónica de la filosofía de la ciencia. El conocimiento científico se encuentra completamente ligado a los procesos de justificación pública, de tal modo que la fijación de la creencia sólo puede surgir de estas dinámicas en el contexto de un proceso continuo de esclarecimiento que subsume todas las particularidades y desvela, al dejar atrás las cosas individuales, la universalidad.

2. Conocimiento epistémico y conocimiento de la cosa

Para fundamentar la tesis de que los artículos de revistas tecnocientíficas presentan un tipo de conocimiento y de objeto completamente distintos, resulta preciso identificar una epistemología alternativa que pueda dar cuenta de esta diferencia. En este sentido, puede ser tentador tomar el ejemplo del término “tecnociencia” y su referencia a la “tecnología” o “técnica”, evocando una epistemología centrada en la habilidad o en la destreza, en el  conocimiento implícito o personal encarnado, como por ejemplo en la práctica de un oficio, ya que se trata de un conocimiento del tipo “sé montar en bicicleta”. Sin embargo, no es lo que estamos buscando (cf. Mildenberger, 2006). Al fin y al cabo, lo que nos interesa es el conocimiento objetivo tal como se presenta y se dispone en una publicación científica. En consecuencia, la teoría de Davis Baird sobre el “conocimiento de las cosas” puede ser una opción mucho más adecuada para caracterizar este tipo de conocimiento (cf. Baird, 2004). Al contrastar el conocimiento de las cosas de Baird con el conocimiento epistémico se puede demostrar que, en efecto, apunta más o menos en la dirección correcta, aunque sigue sin determinar adecuadamente los rasgos distintivos del conocimiento tecnocientífico.

La concepción de Baird sobre el conocimiento de las cosas tiene su origen en el comentario de Ian Hacking de que los científicos analizan la complejidad del mundo real de dos maneras fundamentalmente diferentes.

Lo hacemos distinguiendo, en la mente, numerosas leyes diferentes. También lo hacemos presentando, en el laboratorio, fenómenos puros y aislados.

(Hacking, 1983, p. 226)

Ahora bien, Baird considera que la presentación experimental de fenómenos, mencionada en segundo lugar por Hacking, es también un tipo de producción de conocimiento. Una primera vertiente del argumento en apoyo de este punto de vista no descansa precisamente en la distinción entre conocimiento científico y tecno-científico, ya que Hacking y Baird asumen en gran medida una imagen bastante tradicional de la ciencia. Lo que ambos critican es la visión que equipara la ciencia con la teoría. Dicho de otra manera, defienden que los científicos proporcionan representaciones de la realidad, no sólo a través de la teoría, sino también mediante la creación de modelos simbólicos y materiales, así como por intermedio de los fenómenos. Debido a que los fenómenos son peculiares y representan la legalidad de la naturaleza, los científicos dominan la complejidad creándolos y estabilizándolos. Sin embargo, lo que permanece incuestionable e intacto en este punto de vista es la noción de que la ciencia se enfoca principalmente en la representación -sin que se tenga previsto por el momento una producción de conocimiento y un control de los objetos que no sea representacional.

Sin embargo, hay una segunda vertiente en el argumento de Hacking y Baird sobre la relativa autonomía de la experimentación y la creación de fenómenos frente al desarrollo de la teoría. Según este otro aspecto del argumento, exploramos el acervo de fenómenos a través de la práctica experimental o técnica y, de este modo, descubrimos cómo se comportan las cosas y qué hace falta para reproducirlas de forma fiable. A diferencia del conocimiento científico, con su compleja relación entre los procesos públicos actuales de justificación y una creencia que se establece en algún momento, el conocimiento de las cosas proporciona su propia justificación de forma directa e inmediata, esto es, en palabras de Hacking, se trata de un conocimiento “auto-vindicado”. El dominio tecnológicamente implementado de los fenómenos se prueba a sí mismo a través de la fiabilidad y reproducibilidad de su propia generación, de tal forma que el conocimiento de un fenómeno coincide con la producción o presentación material de éste. El dominio técnico del fenómeno se valida a sí mismo, por lo que sería bastante inapropiado hablar aquí de verdad y falsedad. Las afirmaciones y otro tipo de  representaciones que dicen algo sobre el mundo pueden ser verdaderas o falsas. El funcionamiento de una máquina no es verdadero ni falso: la máquina funciona o no funciona. Por tomar uno de los ejemplos de Baird, los circuitos eléctricos se articulan de forma similar a los enunciados lingüísticos, salvo que no necesitan corresponder a un mundo representado por ellos porque institucionalizan un sistema eficaz de cosas materiales interdependientes que más o menos habla por sí mismo (cf. Baird, 2004, p. 8 y ss.).

Esto da lugar a una circularidad ineludible pero favorable del conocimiento de las cosas. El conocimiento de la cosa se manifiesta en el funcionamiento fiable de una máquina; al mismo tiempo, el hecho de que la máquina funcione es una prueba de la existencia del conocimiento de la cosa. Aunque esta circularidad también es válida para cualquier creencia realmente dada de un individuo, no lo es para el conocimiento epistémico, que se adquiere mediante el proceso de investigación científica. La creencia del individuo se refleja en la correspondiente disposición de esa persona a actuar en consecuencia; al mismo tiempo, la creencia verdadera o incluso falsa de alguien se expresa cuando revela la correspondiente disposición a actuar, es decir, el comportamiento es el criterio para la existencia de la creencia que se dice manifestada por el comportamiento. Por el contrario, el conocimiento epistémico que persigue la ciencia mantiene una distancia crítica respecto a la mera creencia, aunque sólo sea porque cualquier creencia que realmente perdura en el tiempo podría no ser verdadera o estar justificada aún.

La concepción de Baird acerca del conocimiento de las cosas desarrolla una parte de la distinción hecha por Hacking entre dos actividades científicas, esto es, la estabilización de los fenómenos. Según Baird, su preocupación es dilucidar esta última y caracterizar el conocimiento científico de las cosas. Sin embargo, el relato de Baird adolece de la  imposibilidad de distinguir el conocimiento de las cosas científico del no científico. El dominio de los fenómenos alcanzado por un investigador en el laboratorio, por un desarrollador de productos, por un trabajador de una máquina o por un usuario ordinario de dispositivos técnicos equivale, en última instancia, a la misma cosa, es decir, a la capacidad de explotar el sistema de cosas materiales interdependientes de manera fiable. Cuando Baird habla de conocimiento “científico” de las cosas, lo único que quiere decir es que el conocimiento de las cosas posee algunos atributos que también son propios del conocimiento epistémico en las ciencias, por ejemplo, que representa algo. Según Baird, el conocimiento de las cosas, al igual que el conocimiento proposicional, es objetivo, público y comunicable; de hecho, el propio desarrollo del conocimiento de las cosas es uno de los mayores logros de la ciencia (cf. Baird, 2004, p. 127 y ss.). Baird ve en el mundo 3 del conocimiento objetivo de Karl Popper, no sólo enunciados que pueden publicarse en forma de hipótesis y presentarse para su discusión a la comunidad científica, sino que también contiene construcciones materiales que podemos mostrarnos unos a otros, que pueden pasar de mano en mano, desmontarse y volverse a montar, para averiguar cómo funcionan y, si es necesario, modificarlas (cf. Baird, 2004, p. 15 y ss., 115 y ss.; Popper, 1979). Por lo tanto, según Baird, el progreso científico puede producirse también en el nivel del dominio puro, no lingüístico, no hablado, de los fenómenos.

El contraste entre el conocimiento epistémico y el conocimiento de las cosas puede señalarse con precisión si nos concentramos en la forma de sus respectivas pretensiones de conocimiento. Una afirmación de conocimiento epistémico selecciona la forma escrita de una publicación. Aquí tenemos una pregunta o una hipótesis, y para los que entienden el lenguaje técnico, su significado se encuentra enteramente en su formulación. Este significado consiste en que, por ejemplo, a partir de sus condiciones de verdad, la hipótesis suscita un proceso público de justificación. Y por encima de esto tenemos la evidencia experimental obtenida mediante el cálculo y la observación, que sirve para evaluar la hipótesis o conduce a su modificación. El crecimiento esperado del conocimiento proviene del contenido lingüístico de la hipótesis junto con las pruebas presentadas: juntos hacen avanzar la certificación pública y, a la larga, el establecimiento de la creencia verdadera. Las afirmaciones del conocimiento de las cosas, por el contrario, se plasman en una máquina o en un montaje experimental: aquí estoy, mírame, desmóntame y vuelve a montarme, juega conmigo de forma creativa, varía mis componentes, siente cómo funciono y conoce la forma en que mi mecanismo conecta las entradas y salidas entre sí. La fiabilidad que reclama el conocimiento de las cosas, y la estabilización de ciertos fenómenos asociados a él, está contenida en las propias cosas.

La disparidad de estas dos formas de alcanzar el conocimiento deja bien a las claras que no todo tipo de conocimiento generado en los laboratorios de investigación es conocimiento epistémico. Sin embargo, esto no es suficiente para entender lo que aquí se denomina conocimiento tecnocientífico. El conocimiento de las cosas propuesto por Baird se opone tan rotundamente a todo lo proposicional que lo más cercano a un papel impreso sería un manual de construcción, un dibujo técnico o una descripción de una máquina existente en algún lugar. Sin embargo, el conocimiento tecnocientífico abarca los resultados de la investigación de la ciencia de los materiales, la nanotecnología y la biotecnología y todo lo que se publica como investigación básica orientada a la aplicación, incluidos, por supuesto, los resultados de la investigación de la química sintética y de las ciencias de la ingeniería. Se trata de un conocimiento público, comunicable, objetivo y objetivado que no consiste sólo  en el funcionamiento o no de un aparato material.

3. Conocimiento tecnocientífico

Un artículo de investigación tecnocientífica no comienza con el planteamiento de un problema teórico y una hipótesis. Lo que presentamos a continuación, por ejemplo, es el inicio de una “Carta a la Naturaleza” de 2004. Se trata un texto de la revista Nature que juega con la denominación de “carta” mientras utiliza, por el contrario, el formato clásico de un informe de investigación que se remonta, al menos, a los primeros tiempos de las Transacciones de la Royal Society.

Los sistemas nanoelectromecánicos (NEMS) son prometedores para una serie de aplicaciones científicas y tecnológicas. En particular, se han propuesto osciladores NEMS para su uso en la detección de masas ultrasensibles, el procesamiento de señales de radiofrecuencia y como un modelo para explorar fenómenos cuánticos en sistemas macroscópicos. Es posible que el material por excelencia para estas aplicaciones sea el nanotubo de carbono. Es el material más rígido que se conoce, tiene baja densidad, secciones transversales ultrapequeñas y puede estar libre de defectos. Y lo que es más importante, un nanotubo puede actuar como un transistor y, por tanto, ser capaz de percibir su propio movimiento. A pesar de esta gran promesa, aún no se ha conseguido un oscilador de nanotubos autodetectable a temperatura ambiente, aunque se han hecho algunos progresos. En este artículo se describe el accionamiento eléctrico y la detección de los modos de oscilación tipo cuerda de guitarra de los osciladores de nanotubos doblemente sujetados. Demostramos que la frecuencia de resonancia se puede modificar ampliamente y que los dispositivos pueden utilizarse para transducir fuerzas muy pequeñas (Sazonova et al., 2004, p. 284).

El texto comienza con el reto de cumplir ciertas expectativas en relación con todo lo que se cree que es posible en el audaz y novedoso mundo de la nanotecnología. En su recorrido, los investigadores se adentran en este espacio de posibilidades y seleccionan los materiales y los procedimientos experimentales adecuados para producir algo que ellos mismos, y luego los editores de Nature en particular, describen como una guitarra (cf. Cleland, 2004): un nanotubo de carbono se estira como una cuerda de guitarra, se pone a vibrar e incluso se puede afinar. Este texto no dice “aquí hay una hipótesis, y aquí están las pruebas que la confirman o la refutan”, y tampoco dice “aquí hay un aparato, mira cómo funciona”. En cambio, dice “aquí hay una señal o prueba de lo que somos capaces de hacer en nuestro laboratorio”. En este caso, se ha construido una nano-guitarra; a veces se hace algo a temperatura ambiente que otros sólo pueden hacer en condiciones extremas, y a veces se mide algo con más precisión o se modela con más eficacia de lo que antes era posible. En todos los casos, se demuestra que un objeto funciona como un dispositivo novedoso aunque no sea en absoluto un artefacto técnico consumado. En consecuencia, el texto pasa a relatar cómo se ha realizado esta hazaña más o menos sorprendente. Sin enseñar a los lectores a reproducir lo que se describe, ofrece suficientes pistas para que, al menos, se animen a adquirir por sí mismos la capacidad descrita e incluso a desarrollarla. A menudo, pero no siempre, se demuestra que el fenómeno asombroso es compatible con el conocimiento epistémico existente, es decir, que se puede modelar o simular con los medios disponibles; esto se considera a veces una “explicación” del fenómeno. El texto termina más o menos como empezó: “La combinación de alta sensibilidad, sintonización y funcionamiento de alta frecuencia hace que los osciladores de nanotubos sean prometedores para una variedad de aplicaciones científicas y tecnológicas” (Sazonova et al., 2004, p. 287). En este caso, el logro científico no está contenido en el significado de la hipótesis, ni consiste en el funcionamiento de un aparato. Por el contrario, consiste en una demostración de la alentadora capacidad que se ha adquirido, es decir, en un informe creíble o en un conjunto de datos o películas almacenados en el sitio web de Nature.

El conocimiento tecnocientífico consiste en la adquisición y demostración de capacidades básicas. Estas capacidades son básicas porque no implican el diseño y el desarrollo de dispositivos o incluso productos (una excepción importante son los instrumentos científicos). Esto es válido al menos para la investigación tecnocientífica universitaria, y a pesar de todas las promesas de innovación tecnológica y de la presión nada despreciable para generar aplicaciones prácticas. Por tanto, más que ciencia aplicada o tecnociencia aplicada, existe una investigación tecnocientífica básica que consiste en capacidades demostradas para visualizar, caracterizar sustancias, medir y modelar y, por supuesto, manipular y controlar fenómenos sorprendentes. Una capacidad muy apreciada en la investigación biotecnológica y nanotécnica, por ejemplo, consiste en colocar nanotubos de carbono en lugares específicos y permitir que crezcan de forma controlada, o escribir el nombre del propio laboratorio y utilizar una técnica completamente nueva para hacerlo (cf. Nordmann, 2006). Y en las exploraciones que se llevan a cabo en los espacios de posibilidad recién abiertos para las tecnologías futuras, se indagan continuamente propiedades sorprendentes para ver si ofrecen aún más capacidades tecnológicas, para descubrir, por ejemplo, si la resonancia de una nano-guitarra puede ser funcionalizada para servir de sensor.

En consonancia con el descargo de responsabilidad manifestado al principio de este artículo, no importa, a los efectos del presente argumento, lo típicas que sean las publicaciones de investigación que no se centran en la verdad o en la falsedad de las afirmaciones, sino, más bien, las que tratan de demostrar una capacidad adquirida. Los interesados en el auge de las tecnociencias y en el declive de la ciencia tal vez se muestren dispuestos a contabilizar la frecuencia relativa de cada uno de los diferentes formatos de publicación. No soy el único que cree que las historias sobre las capacidades adquiridas (“He hecho un nano widget”) se están volviendo predominantes en muchos campos de investigación destacados (cf. Jones, 2011). Sin embargo, aunque esto fuera solo un nicho específico de fenómenos en el panorama de la investigación, sigue planteándose la cuestión del tipo de conocimiento que se presenta y comunica en estos textos.

Abordo esta tarea seleccionando un ejemplo algo más complejo de narración tecnocientífica. Me permite examinar más de cerca la relación entre el conocimiento teórico epistémico y la capacidad tecnocientífica o el conocimiento de control. El texto en cuestión se publicó en 2004 en la revista Nanotechnology. El tema tratado es el de los efectos dependientes de la temperatura en la transición de un electrodo de oro a un hilo formado por una molécula orgánica. Las tres primeras frases de este texto ponen en juego ideas bastante diferentes que parecen oscilar entre las pretensiones de conocimiento epistémico y el conocimiento de control, pero que se pasan a convertirse completamente en un lenguaje tecnocientífico.

El reciente aumento de la actividad en el campo de la electrónica molecular está impulsado por las expectativas de incursiones científicas en el ámbito del estado molecular y por la previsión de una gran rentabilidad tecnológica. El progreso continuado en este campo depende fundamentalmente del desarrollo de una comprensión profunda de los procesos fundamentales de la conducción de cargas a través de moléculas individuales o de pequeños conjuntos conectados entre dos depósitos de portadores de carga, normalmente cables metálicos. Esta comprensión se basa en conceptos y metodologías teóricas que se han desarrollado y aplicado para estudiar la transferencia de carga molecular en los sistemas donante-puente-aceptor (Selzer et al., 2004, p. 483). 

A la obligada referencia al potencial tecnológico le sigue, en primer lugar, el llamamiento a una “comprensión profunda” de determinados procesos. A continuación, los autores subrayan que esta comprensión se basa en conceptos y métodos teóricos previamente desarrollados. Ahora bien, ¿significa esto que la adquisición de conocimientos tecnocientíficos sobre el control sólo puede existir en el contexto de la adquisición continuada de conocimientos epistémicos y que, por tanto, no constituye un programa de investigación independiente por sí mismo? Esto es lo que podría parecer a primera vista, pero resulta que nociones como “comprensión” o “explicación” adquieren un significado diferente al pasar de un contexto de producción de conocimiento a otro.

En la medida en que el conocimiento consiste aquí en la capacidad de interactuar con algún objeto, la “comprensión cabal de un proceso fundamental” se afirma sólidamente dentro de la esfera de la capacidad y del control y no asume el carácter de conocimiento teórico. Esto no quiere decir que el conocimiento epistémico no desempeñe un papel importante; como reserva de conocimientos y métodos, ejerce una contribución para la adquisición y el fortalecimiento de capacidades. Por lo tanto, su papel es bastante diferente al de un paradigma kuhniano, que proporciona las condiciones previas necesarias para identificar y resolver problemas y que, en el curso de la resolución de los mismos, se desarrolla o articula aún más. En cambio, en el contexto tecnocientífico, los conocimientos adquiridos a lo largo de los últimos trescientos años sirven como una caja de herramientas que contiene conceptos, técnicas de representación, algoritmos y modelos muy heterogéneos e inconmensurables a los que se puede recurrir de forma oportuna para representar, simular o explicar fenómenos y procesos (cf. Nordmann, 2008). Cuando un modelo de simulación se construye a partir de fragmentos de teoría disponibles, nos encontramos con otra capacidad intelectual adquirida, por ejemplo, el control predictivo. Se considera que un fenómeno está explicado cuando se puede presentar, no sólo en el laboratorio, sino también en un modelo (cf. Wise, 2004). En otras palabras, el conocimiento epistémico acumulado alimenta la adquisición de capacidades, pero no emerge de este tipo de conocimiento. Esto se hace evidente cuando, más adelante en su relato, los investigadores indican cómo persiguen realmente su búsqueda de una comprensión profunda.

Recientemente, empezamos a investigar el papel de la conducción activada térmicamente en moléculas conjugadas que abarcan un espacio en el electrodo de oro. Hemos observado una transición inducida por la temperatura entre la conducción por túnel coherente y la conducción por salto coherente activada térmicamente en uniones de moléculas individuales, lo que concuerda con las predicciones teóricas. Aquí, ampliamos el análisis de estos dos mecanismos de transporte en lo que respecta a nuestro sistema experimental, y presentamos datos experimentales que sugieren que el calentamiento local debido a la disipación en la molécula también podría contribuir a la transición de uno a otro. Más concretamente, estos datos sugieren que es la temperatura vibracional de la molécula y no la temperatura del sistema en general (es decir, la temperatura del baño) la que determina el mecanismo de conducción dominante (Selzer et al., 2004, p. 484).

En primer lugar, los investigadores establecen que la causa de una transición inducida por la temperatura entre dos modos de transporte de electrones es efectivamente la temperatura. No lo establecen ni mediante una comprobación de hipótesis, ni a través del análisis causal, ni llevando a cabo una inferencia de la mejor explicación, ni estableciendo una anomalía que espera ser resuelta. En cambio, señalan que esta forma de inducir la transición se encuentra “en consonancia con las predicciones teóricas” que se construyen dentro de un modelo de simulación. Contrariamente a la noción recibida de un valor numérico predicho teóricamente, que es anterior al evento y que se espera que coincida con un valor medido, la buena concordancia aquí consiste en la construcción exitosa, con posterioridad al hecho, de bloques de construcción teóricos pertenecientes a un modelo que se parece al sistema experimental observado. En otras palabras, aquí confluyen dos capacidades que se validan mutuamente: la capacidad de los experimentadores y la capacidad de los modelizadores. Esta confluencia se considera implícitamente explicativa y permite diferenciar entre la temperatura global del sistema y la temperatura vibracional de determinadas moléculas que no son independientes entre sí y que, por tanto, sólo pueden diferenciarse en relación con las capacidades de acceso a las temperaturas vibracionales en el sistema.  

Entonces, ¿en qué sentido, aparte de la asimilación a la capacidad técnica, se ha logrado una “comprensión profunda de un proceso fundamental”? Los mecanismos fundamentales son identificados mostrando su correlación estructural con la acción técnica y, si está disponible, con su reproducción en un modelo de simulación. Esto es reiterado en el resumen y en la conclusión del documento:

Se ha estudiado el efecto de la temperatura sobre la conducción a través de una unión molecular (…). Se ha observado un acuerdo cualitativo y semicuantitativo con la teoría. Se han discutido cuestiones abiertas relativas a la energía de activación observada del proceso de conducción térmica, así como la diferencia entre las temperaturas efectivas de la unión y del sistema circundante. Estos resultados sugieren, además, que el comportamiento exacto de la conducción dependiente de la temperatura de una unión molecular dada dependerá críticamente de la estructura molecular específica, en particular de las barreras rotacionales entre los anillos adyacentes y las unidades de conducción. Estos estudios de correlación estructural se están llevando a cabo en nuestros laboratorios y deberían dilucidar más detalles importantes de los mecanismos fundamentales de conducción (Selzer et al., 2004, p. 287 y ss.).

A la luz de este enfoque, la mera posibilidad de que pueda demostrarse que los mecanismos fundamentales dependen de estructuras moleculares específicas no implica que se pueda cumplir la expectativa de localizar leyes más poderosas y generales en niveles de organización más profundos. Por el contrario, se espera que un mayor nivel de detalle técnico demuestre que muchas cosas suceden a este nivel de detalle; al final, todo depende de lo específico de la situación. La tecnociencia desarrolla la capacidad de acceder a lo específico y quizás de controlarlo hasta cierto punto, aunque pueda darse la posibilidad de   que haya tantos mecanismos como moléculas. Así pues, la “comprensión profunda” consiste en la capacidad de identificar, modelizar y controlar estos mecanismos en cada ocasión concreta; en el mejor de los casos, produce reglas generales, pero no la formulación y validación de teorías descriptivas.

El artículo en cuestión no produce conocimiento epistémico y no establece una creencia verdadera justificada, no refleja el conocimiento de las cosas ni el funcionamiento fiable autovindicante de un dispositivo o máquina. La interacción entre los buscadores y su sistema experimental -en este caso, una unión molecular- no “asciende” más allá de ese sistema  hacia lo que podrían ser teorías o leyes, ni transforma este sistema en un dispositivo práctico de trabajo, por ejemplo, aislándolo, encapsulándolo o haciéndolo funcional. Por el contrario, la exploración de la unión molecular parece capacitar simultáneamente a los investigadores (que adquieren una nueva capacidad de control) y a las moléculas individuales (para las que se comprueba que su temperatura vibratoria es causalmente relevante por encima de la temperatura del sistema total).

4. Demostraciones públicas

Si el conocimiento tecnocientífico del control de los fenómenos se distingue del conocimiento científico y de la destreza manual en igual medida, este terreno intermedio debe ser delimitado con más cuidado a fin de establecer una teoría del conocimiento tecnocientífico. Si la identificación de las verdaderas creencias justificadas puede basarse en los ejemplos de los científicos, pero también en los responsables de la toma de decisiones en la vida cotidiana; si la epistemología de las habilidades implícitas o personalmente encarnadas atañe a los ciclistas y a los artesanos, y si la noción de conocimiento de las cosas es ejemplificada por los ingenieros y los manitas, ¿cuáles son los modelos que corresponden al conocimiento tecnocientífico y a la propia demostración pública de la adquisición lograda a partir de capacidades básicas? A continuación sugiero que la grabación de una pieza musical podría servir de modelo, o analogía en este caso, y que una teoría del conocimiento tecnocientífico puede aprender de la interacción de los pianistas con sus objetos de conocimiento, que incluyen una partitura escrita, un instrumento musical, un medio de grabación técnica, un compositor y un público.

Todo lo que pueda decirse de los constructores de la nano-guitarra puede aplicarse también a una grabación, por ejemplo, del pianista Alfred Brendel, que de este modo da testimonio de su forma de tocar una sonata de Schubert. Con ello, no sólo demuestra su arte y capacidad, sino que también crea una nueva visión y establece un nuevo fenómeno, que es objetivamente dado, comunicable y enseñable, y que da lugar a patrones de expectativa para la escucha y la interpretación. A este respecto, cabe destacar cinco rasgos concretos, en el caso de que sea considerado el conocimiento tecnocientífico de control, junto con la demostración realizada por Brendel de su capacidad, como un logro del conocimiento. En realidad, es un estudio superficial de estas características lo máximo que puedo hacer en este momento a fin de preparar el terreno para una teoría del conocimiento tecnocientífico.

El conocimiento tecnocientífico es, en primer lugar, objetivo y público, en la medida en que está expuesto y documentado. En segundo lugar, no es como el conocimiento de las cosas, que es general y, por tanto, también está disponible para los legos, sino que presupone un contexto tecnológico y cultural específico. En tercer lugar, el conocimiento tecnocientífico es comunicable, aunque la capacidad en sí no lo sea. El conocimiento de control implica, en cuarto lugar, un conocimiento de las relaciones causales, y se sedimenta, en quinto lugar, como un hábito de acción en el sentido propuesto por Charles Sanders Peirce. Estas cinco características no deben confundirse con los criterios que deben cumplir las pretensiones de conocimiento tecnocientífico y contra las que se medirán. Si fueran criterios, se cumplirían tan pronto como la pretensión de conocimiento progresase y tan pronto como se haya adquirido una capacidad. Antes de que se adquiera el conocimiento tecnocientífico, no hay ninguna afirmación que hacer, y sólo una vez que se adquiere la capacidad puede también ser demostrada, a diferencia de la aseveración de que alguna hipótesis científica podría ser cierta, dado que puede ser anticipada mucho antes de que se aporten pruebas.

En primer lugar, el conocimiento de control es objetivo y público. Sin embargo, no se publica en forma de, por ejemplo, recetas, es decir, no como un conglomerado de teorías, métodos y conclusiones, de tal modo que su objetividad se derivaría principalmente de su verificabilidad, reproducibilidad y concordancia con instrucciones preestablecidas. La objetividad de la nano-guitarra no se basa en el rigor de los procedimientos, ni  el logro objetivo de Brendel consiste en que reproduzca más o menos fielmente una partitura. Del mismo modo, la objetividad del conocimiento tecnocientífico no reside en un conjunto de artefactos fabricados, por ejemplo, en una serie de circuitos eléctricos dentro de un objeto material, del montaje experimental en un laboratorio, o de un disco o CD que incluya la grabación de Brendel. En cambio, lo que se  pública es una señal o demostración de éxito. A diferencia de los logros puramente individuales y meramente subjetivos, el conocimiento objetivo de control se basa en su publicación en revistas. Como tal, implica un juicio colectivo de que el logro reivindicado es plausible y encaja en una matriz internacional de capacidades establecidas que ya están distribuidas entre los laboratorios pertinentes. Esto es también lo que define el logro objetivo del pianista Brendel. Su novedosa interpretación de la partitura de Schubert tiene sentido para su comunidad de expertos musicales, encaja con otras formas de tocar a Schubert pero amplía ligeramente lo que ya es familiar y conocido.

En segundo lugar, el conocimiento de control requiere tomar parte en una cultura epistémica que comparte un stock de conocimientos acumulados y tecnologías de investigación. Aunque las capacidades requeridas están arraigadas en esta cultura, su adquisición no sirve para ampliar de forma metódica el acervo de conocimientos, y sólo incidentalmente o en casos especiales sirve para mejorar los instrumentos de investigación. Los conocimientos tecnocientíficos de control son parásitos en relación con un excedente de conocimientos científicos y de técnicas instrumentales disponibles que se han acumulado en los últimos cientos de años. Éstos nutren la adquisición de capacidades mediante procedimientos experimentales y aritméticos, regularidades reconocidas, relaciones causales y algoritmos probados: se puede recurrir a ellos de forma oportuna para fines de modelización teórica y, por tanto, de “explicación”. Del mismo modo, el conocimiento de Alfred Brendel sobre el control y su interpretación dominante de la sonata de Schubert dependen del conocimiento musicológico y de las condiciones técnicas específicas, aunque él no contribuye al conocimiento musicológico con su interpretación de la sonata y no pone a prueba ninguna hipótesis sobre las propiedades acústicas de un piano. En cierto sentido, las creencias que permiten el conocimiento de control no desempeñan ningún papel, sino que se desvanecen en el fondo tan pronto como entran en su radio de acción: no son confirmadas por él y no son tematizadas en absoluto. Son conocimientos de fondo, literalmente, y no se discuten, problematizan, critican o mejoran a través de la adquisición y demostración de una capacidad básica.

El conocimiento de control es, en tercer lugar, comunicable, aunque no a través de algún contenido que pueda ser expresado en forma proposicional y que sea inmediatamente accesible por todos los miembros de una comunidad lingüística simplemente en virtud de la captación del significado de las oraciones. Además, a diferencia del conocimiento de las cosas, las capacidades alcanzadas no se comunican pasando de laboratorio a laboratorio en forma de dispositivo o procedimiento codificado. Tampoco se trata de conocimientos tácitos o implícitos que se incorporan en el curso de un aprendizaje o en el curso de la socialización a través de prácticas compartidas; las capacidades adquiridas a las que nos referimos aquí son esencialmente nuevas y crean nuevas configuraciones para la acción y el comportamiento. Por último, el conocimiento de control de ciertos fenómenos y prácticas no se comunica ni se enseña por el hecho de ser narrado y hecho público de alguna manera, de igual modo que la  grabación de Alfred Brendel tampoco puede enseñarnos a tocar el piano o a entender una sonata de Schubert. Lo que se comunica no es el conocimiento de control o la capacidad adquirida en sí, sino sólo el hecho de que ha sido adquirida y demostrada por alguien. Esta comunicación sólo tiene sentido si presuponemos la existencia de una estructura institucional que permita a quienes sólo han oído hablar de su existencia adquirir la capacidad o una variante de la misma mediante reconstrucciones independientes de los pasos que probablemente sean necesarios. Las arquitecturas de los laboratorios y las culturas experimentales son ejemplos de este tipo de estructura institucional, al igual que las orquestas y las academias de música.

En cuarto lugar, el conocimiento de control implica un conocimiento íntimo y, por así decirlo, ateórico de las relaciones causales. Las propiedades del sistema se articulan físicamente de forma que se puede sentir su dependencia mutua, al igual que los modelos de simulación transmiten la sensación de una dinámica casi orgánica o de cierta dependencia de los parámetros y los límites del sistema (cf. Lenhard, 2006, p. 163). Las variaciones sistemáticas de los parámetros permiten identificar en la práctica las llamadas condiciones INUS, es decir, aquellas condiciones que son “partes insuficientes pero no redundantes de una condición que es en sí misma innecesaria pero suficiente” para que se produzca un efecto físico o una respuesta de comportamiento (cf. Mackie, 1974). A diferencia de las otras características del conocimiento tecnocientífico, ésta sugiere una continuidad entre los enfoques científico y tecnocientífico, especialmente porque también dirige nuestra atención hacia el aspecto técnico, o práctico, de la producción de conocimiento epistémico. Con respecto a los procedimientos implícitos y explícitos del análisis causal, la diferencia entre la ciencia y la tecnociencia podría parecer que consiste únicamente en sus respectivos objetivos: el conocimiento orientado epistémicamente se ocupa de una comprensión y sistematización adecuadas de las relaciones causales, mientras que, por su parte, el conocimiento de control de las relaciones causales presta interés a las capacidades de medición, visualización, modelización o dominio de los fenómenos (cf., por ejemplo, Carrier, 2004). Sin embargo, esta continuidad entre las pretensiones de conocimiento científico y tecnocientífico es sólo aparente, como puede verse en el ejemplo, una vez más, del pianista. La capacidad adquirida por Brendel implica un conocimiento íntimo, experiencial y experimental de la creación de efectos estéticos y de control, por así decirlo, sobre la respuesta emocional de sus oyentes. Sin embargo, aunque Brendel produzca deliberadamente ciertos efectos, esto está muy lejos y es radicalmente muy diferente de los esfuerzos de una neuropsicología de la percepción que busca comprender lo que es causalmente responsable en la generación de efectos estéticos.

Por último, el conocimiento de control se asienta como un hábito de acción en el sentido dado por Peirce (1992). Al igual que las tecnociencias siguen a las ciencias no aplicando teorías sino tomando más bien como herramientas las numerosas teorías y técnicas que se han acumulado a lo largo del tiempo, los hábitos de acción peirceanos surgen a medida que la actividad intelectual desaparece. Para Peirce, los hábitos vienen a significar el logro de un conocimiento que no necesita ser cuestionado, que ya no tiene nada de teórico o hipotético. Un hábito de acción, una capacidad lograda o un conocimiento de control nos guían incluso en una situación compleja, una vez que podemos confiar con seguridad en las relaciones causales intersubjetivamente disponibles y cuando somos conscientes inmediatamente de esta fiabilidad y solidez en lugar de interpretarla simplemente como algo derivado de leyes generales. La asimilación y el control colectivos, fiables, expuestos públicamente y accesibles intersubjetivamente sobre el modo en que se comporta un sistema significa simplemente que somos capaces de encontrar nuestro camino en él. Y saber orientarse equivale a lograr una adaptación eficaz a las circunstancias de un mundo específico y altamente complejo, del mismo modo que Alfred Brendel sabe orientarse en la partitura de Schubert o que los investigadores tecnocientíficos aprenden a moverse en el nanomundo que he emergido con la microscopía de sonda de barrido. El conocimiento epistémico de las ciencias disciplinarias clásicas se alimenta de este dominio elemental de los fenómenos o de los sistemas y desaparece con la formación de hábitos que se basan en la familiaridad íntima respecto al comportamiento de un sistema o conjunto complejo de relaciones. Las creencias o cuerpos de conocimiento justificados de la física clásica, de la química cuántica, de la hidrodinámica y de la teoría de la complejidad ya no parecen en absoluto proposiciones o creencias teóricas, sino que informan tácitamente la acción tecnocientífica. Dada su indiferencia ontológica y sin que sea necesario mucho esfuerzo para reflexionar sobre sus métodos o conceptos, las tecnociencias pueden dedicarse alegremente a su actividad principal, esto es, la de construirse un mundo feliz.

Conclusión

En el análisis y la comparación de los conocimientos “científicos” y “tecnocientíficos” que hemos realizado anteriormente, nos hemos encontrado con numerosos tipos de afirmaciones de conocimiento. En primer lugar, por supuesto, el caso ordinario en el que una creencia se califica como conocimiento si es verdadera y está debidamente justificada -esto se aplica a las afirmaciones sobre qué hora es, si hay leche en el frigorífico, o similares-.

El hallazgo de una publicación de investigación científica clásica también se considera conocimiento si es verdadero y está justificado. Sin embargo, ese hallazgo es sólo una pequeña contribución a un proceso global de justificación de la verdad o de la falsedad de alguna hipótesis o teoría en cuestión. La creencia de que se han descubierto pruebas que apoyan o no una hipótesis puede ser verdadera y justificada. Sin embargo, en sí mismo, el informe sobre la disponibilidad de pruebas no es interesante ni importante. Lo que uno quiere saber, después de todo, es si la hipótesis es verdadera o falsa. Pero, en tercer lugar, la creencia en una hipótesis científica nunca es considerada del todo como conocimiento, en parte debido a la conocida tesis popperiana de que su verdad no puede determinarse independientemente de un proceso de justificación que nunca llega a su fin. La creencia en una hipótesis no se considera tampoco conocimiento porque la comunidad científica rara vez acumula las creencias de los científicos individuales, por muy justificadas que estén en términos bayesianos. Un científico individual puede creer que una hipótesis es verdadera porque el proceso de justificación ha producido pruebas tan contundentes y persuasivas como se puede esperar razonablemente. Pero esta creencia nunca juega un papel decisivo en la formación de una creencia de y por la comunidad científica en su conjunto.

Al igual que el conocimiento asociado a una relación probatoria, el informe de una capacidad alcanzada también se califica como conocimiento si es verdadero y justificado. Al leer una publicación revisada por pares, el lector está en condiciones de saber que los investigadores de algún laboratorio poseen la capacidad de cultivar nanotubos de carbono de forma controlada. Aunque por una razón diferente a la anterior, este tipo de conocimiento tampoco es especialmente importante e interesante si atendemos a la producción de conocimiento. No es interesante porque la comunidad científica no suele poner en duda los informes acerca de lo que han hecho realmente algunos científicos. Este tipo de informes son sólo el punto de partida para propósitos más amplios relativos a la producción de conocimiento científico y tecnocientífico. La capacidad adquirida puede ser entendida como un quinto tipo de conocimiento relacionado con la forma de controlar los fenómenos y procesos si se puede demostrar públicamente. La redacción de un informe sobre esto constituye sólo una parte (común pero innecesaria) a la hora de demostrar que uno puede realmente visualizar, manipular o modelar algo. Esta afirmación de conocimiento se califica como tal por el mero hecho de hacerse: se autodefine y no requiere un proceso de justificación interminable.

Más allá de estos cinco tipos de conocimiento, encontramos una serie de afirmaciones que son variaciones del “conocimiento de las cosas” y que pertenecen al ámbito de la tecnología y la ingeniería más que al de la ciencia o la tecnociencia. En contraste con el conocimiento de control que se establece mediante la investigación tecnocientífica, estas afirmaciones particulares incluyen el conocimiento del manejo y el uso, el conocimiento de la fabricación, la construcción, la reparación y el conocimiento de la designación. De esta forma, mientras que la afirmación de haber logrado una capacidad de control consiste en un informe certificado públicamente de que este logro puede ser factible y ha sido demostrado, las variantes del conocimiento de las cosas se establecen por medio de demostraciones artefactuales. En este caso, no se trata sólo de un informe, sino de las propias estructuras, dispositivos y artefactos que encarnan la evidencia, accesible de modo inter-subjetivo, de un determinado logro relacionado con la fabricación, la construcción o el diseño: por ejemplo, los ingenieros lograron construir esta cúpula, o los circuitos de un chip relacionan las entradas con las salidas de manera causal y formal.

Esta gran variedad de pretensiones de conocimiento muestra de forma convincente que no se puede entender la práctica de la investigación entendiendo el conocimiento como una especie de opinión. El presente documento insiste en ello. En él se comparan especialmente el tercer y el quinto tipo de conocimiento, ya que el primero es característico, incluso definitorio, de la producción de conocimiento científico, y el segundo, por su parte, del conocimiento tecnocientífico. Si la primera afirmación conduce a un proceso interminable de justificación es porque toma la forma de una proposición sobre la naturaleza o las propiedades de algún objeto de interés. Considera los objetos como nodos de una red de relaciones que conforman el mundo físico real de los fenómenos independientes de la mente. Tal afirmación sólo podría ser admitida como conocimiento si fuera posible determinar que el objeto realmente y en todo momento tiene esta naturaleza o estas propiedades, y que, en consecuencia, se encuentra en este o aquel nexo de relaciones lícitas. En contraste con esta tarea sin límites, la afirmación de que un grupo de investigación puede cultivar nanotubos de carbono de forma controlada supone una relación exclusiva entre el objeto, el investigador y el público expectante, y se valida mediante la demostración del comportamiento del objeto. El objeto no tiene que ver con un nexo de relaciones naturales lícitas, sólo se manifiesta en el contexto de la manipulación.

La epistemología y la filosofía de la ciencia tienen mucho que decir sobre el conocimiento en tanto que un tipo de opinión: ¿tenemos buenas razones para aceptarlo como una creencia verdadera?, ¿podemos comprobar la concordancia entre nuestra teoría y la realidad? No obstante, la epistemología y la filosofía de la ciencia apenas tienen nada que decir todavía sobre el conocimiento tecnocientífico: no sólo en lo relativo a sus establecimiento y validez,  sino también en cuanto a la posibilidad de juzgarlo mejor o peor, más o menos sólido…De forma semejante a lo que ocurre en la grabación de una sonata de Schubert surge aquí la cuestión de cómo podemos distinguir el verdadero virtuosismo de la repetición anodina. ¿Para ello nos tenemos que fijar en los investigadores, en sus objetos, o en las diferentes formas de contemplar las cosas e interactuar con los objetos de investigación? En el fondo, sólo estamos comenzando todavía a abordar estas cuestiones atendiendo a la práctica de la investigación como una búsqueda tecnológica en aras de lograr y demostrar el control dentro de un mundo plagado de sorpresas.

Agradecimientos

Agradezco a Kathleen Cross su considerable ayuda en la traducción. Este artículo se basa un capítulo previo, véase en Nordmann (2011). Aquí, el énfasis se sitúa en el conocimiento y en la objetividad literalmente -es decir, en la forma en que los objetos de investigación son tratados en relación con la producción y validación del conocimiento tecnocientífico-. En cambio, en la obra de Bensaude-Vincent et al. (2011), esta cuestión se aborda desde la perspectiva del conocimiento.

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Fotografia: Fuente de la fotografia twiter de SciencePeaceSecurity

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